In Memoriam: Carlos Arturo Sandoval Valero "Camilo" nació en Libano (Tolima) el 13 de noviembre de 1962, murio durante la "Toma de la Embajada de la Republica Dominicana, el 27 de febrero de 1980, fue la única baja en este operativo. Tenia 18 años.
El Comando que se toma la Embajada lleva el nombre del Oficial Primero Jorge Marcos Zambrano, torturado brutalmente, hasta la muerte, por miembros del ejercito colombiano en las caballerizas del Batallón Pichincha de Cali
“Por eso decimos que la toma de la embajada dominicana no la protagonizó el M-19, ni los dieciséis integrantes del comando Jorge Marcos Zambrano , sino todo un pueblo.
Ese pueblo que con su alegría, con la esperanza que puso en nosotros y con su ayuda efectiva, nos dio el apoyo que necesitábamos para realizar la tarea propuesta: ese pueblo que se reconoció en la acción, que habló a través de ella y que marcó definitivamente el curso de los acontecimientos que ahí tuvieron confluencia y origen”. “La operación Democracia y Libertad duró exactamente dos meses.
Durante todo ese tiempo se denunció y se enjuició el papel que juegan los militares en Colombia: se explicó el origen de nuestra lucha, de la inconformidad del pueblo y la incapacidad del gobierno para solucionar los graves problemas que aquejan al país.
Ya para nadie será un dulce el cuento de la bondad de la democracia colombiana. Todo el mundo sabe que el gobierno es una fachada que no siempre alcanza a ser bonita y que detrás de ella mandan las charreteras, las botas, los bolillos, la cárcel.
El pobre juez, maniatado, el Congreso arrodillado, abandonan el país a tan destructoras manos. Por eso pienso que con el operativo sólo logramos un relámpago, una muestra, aunque terrible, de la realidad.
Toca ahora a todos aquellos hombres y mujeres conscientes producir miles de relámpagos que iluminen el cielo y muestren a los vendados lo que no les dejan ver. Para producir esas luces, seguiremos incansables en la denuncia, en la búsqueda de la unidad que nos hará fuertes: agotaremos todos los diálogos, propondremos alianzas y marcharemos con nuestro pueblo adelante, adelante, entre más luminoso sea el cielo, más seguros de la lucha por la paz y la democracia.”
Después de la acción del Cantón Norte, el ejército se lanzó a encontrarnos a como diera lugar. Practicó miles de allanamientos y detenciones, e indudablemente recibirnos golpes serios. El ochenta por ciento de nuestros cuadros medios cayó preso, perdimos casas, carros, máquinas: en algunas zonas prácticamente nos aniquilaron.
Había compañeros que no entendían qué pasaba, pero la mayoría estábamos convencidos de que nuestro único camino era seguir adelante: no había desorganización, no había desmoralización, la gente estaba en su puesto y, lo más importante, el trabajo político continuaba firme.
El Flaco nos decía, "el riesgo no es que nos maten a todos: el riesgo es que no sepamos hacer política, que no sepamos hacer amigos". Creo que el paso del tiempo demostró la validez de su planteamiento porque, contra toda previsión lógica, la Organización en vez de reducir, se creció.
Pero nos hacía falta dirigentes para poder responder a la expectativa de quienes deseaban participar con nosotros. Los que habíamos, teníamos que multiplicarnos, trabajar el doble, ponernos a la altura del desafío.
La idea de sacar a los presos surgió en realidad de la Séptima Conferencia Nacional del M-19, en julio de 1979. Se encomendó a Luis Otero, un compañero del Comando Superior, de gran experiencia en la lucha urbana y en labores de inteligencia, que elaborara varios planes, estudiara todas las posibilidades y presentara las más viables.
Desde entonces, él y varios otros se dedicaron a la tarea, y en menos de un mes tuvieron lista una propuesta. Se trataba de liberar a los presos políticos recluidos en “El Barne”, en Tunja, no sólo a los del M-19, sino también a los del ELN y las FARC. El plan consistía en llevar una remisión de presos custodiados por una "guardia" bien dotada de uniformes y carnets. Los compañeros disfrazados de policías llevarían sus armas en la mano, mientras que los otros —los supuestos presos— las envolverían con espumas.
Todo estaba arreglado pero Lucho, quien había preparado cada detalle, no quiso correr riesgos. El día antes del operativo envió a un compañero a echarle la última mirada al terreno y ver cómo andaban las cosas. Para sorpresa de todos, el compa no encontró las andanzas rutinarias de esa terrible cárcel provinciana, sino a efectivos de la policía y del ejército, en gran movimiento, cavando trincheras. El plan había sido descubierto y la previsión de Lucho salvó la vida de diecisiete compañeros que participarían en la acción.
Meses después, concentraron a la mayoría de los presos del M-19 en Bogotá, en la penitenciaría “La Picota”; Lucho y su equipo se dedicaron entonces a estudiar esa instalación. Obtuvieron los planos, incluidos los de las alcantarillas, tomaron fotos, e investigaron lo relacionado con la seguridad de la cárcel. Concluyeron que era imposible entrar a la fuerza a rescatar a los presos porque La Picota estaba bien custodiada por los ochenta efectivos del Batallón de Artillería situado al frente, los policías ubicados en las tapias y garitas —que eran otros tantos—, más la propia guardia penitenciaria.
Por esos días, la gente asignada al proyecto, tuvo que salir a cumplir otra misión. Lucho empezó a trabajar con Jorge y María. Lucho había estudiado numerosos casos de liberación de presos en otras partes del mundo y su investigación se encaminaba a recoger datos para montar una acción de toma de rehenes.
Su equipo se concentró, pues, en dos objetivos: los clubes sociales y las embajadas. En poco tiempo descartaron la idea de los clubes Y se dedicaron a recoger información sobre las fiestas a celebrarse en las embajadas que reúnen numerosos políticos y representantes extranjeros. Entre las muchas sedes diplomáticas investigadas, Lucho se concentró en dos: la de la República Dominicana y Japón. La celebración de sus fiestas nacionales difería por tres meses y por eso quedó descartada la segunda. Después, ya fueron descubriendo las ventajas que ofrecía la embajada dominicana; fundamentalmente, la facilidad para defenderla y su cercanía a la Universidad Nacional.
En enero de 1980 nos llamaron a una reunión de la Dirección Nacional. Ahí evaluamos la situación del país y decidimos poner en marcha el plan de liberar a los presos, a todos los presos políticos sin distinción. Pedimos a las diferentes organizaciones que nos pasaran una lista de sus miembros detenidos, y sobre esta base elaboramos un listado nuevo anotando uno del M-19, uno de las FARC, uno del EPL, uno del ADO y uno del ELN... y así hasta agotar cada lista. No se habló del plan concreto que había. Era secreto. Sólo lo conocerían, además de Lucho y El Flaco, quienes fueran llamados a participar en su ejecución. Así pues, concluida la reunión, cada cual regresó a su zona de trabajo.
Yo era responsable del regional de Antioquia, donde teníamos montada una acción muy importante en esos días. Mientras estábamos en aquella operación, recibí una nota de los compañeros de la Dirección donde me decían: hermano, prepare tres o cuatro compañeros para enviarlos a una escuela en el campo, una escuela muy verraca y dura: de pronto la gente se puede morir ahí. Necesitamos lo mejorcito que usted tenga. Escogí cinco pelados: Genaro, Enrique, Oscar, José y Napoleón, y le di la orden a Genaro para que los preparara. Todos los días hay que entrenar, Genaro, váyase al campo: caminata, educación física y lo que se necesite. Los escogí por su disponibilidad, capacidad, experiencia y juventud.
Eran cuadros destacados con un gran deseo de aprender: de esos pelados a los que hay que decirles, hermano, pare, descanse, vaya y duerma un rato. Entrenaban por la mañana y se iban luego para el trabajo, o a estudiar, y seguían su vida normal. Además, tenían las responsabilidades cotidianas de su comando. Llevaban una doble vida: clandestina en su trabajo político pero también legal.
Mientras que ellos se preparaban, yo seguía mi vida común y corriente hacía gimnasia en mi cuarto a las 5 de la mañana: quince minuticos de calistenia, no más. Yo no iba para la escuela... Dos o tres días antes de salir para Bogotá, cayeron presos en una acción Enrique, Oscar y José, a quienes más tarde —ya en la embajada— incluí en la lista de presos cuya libertad exigíamos. Cuando terminamos el operativo, avisé a los compañeros de dirección y me contestaron: véngase inmediatamente y traiga plata. Y yo, bueno, vámonos usted y usted, acompáñenme a Bogotá que nos necesitan allá. Llevábamos cinco millones de pesos en unas tulas viejas y viajamos en flota.
Fueron 17 horas con las tulas en el suelo del autobús. Nos hacíamos los dormidos pero cuidábamos con un ojo cerrado y el otro abierto. El bus estaba lleno. La gente pisaba la plata, pero nosotros tranquilos porque uno aprende que la mejor forma de vivir clandestino es la naturalidad. Si usted se pone escamoso, lo joden. Llegamos todos mamados a una fuente de soda donde esperarnos largo rato a que nos cayeran los compañeros. Cuando nos vieron, lógico, se asustaron por la cantidad de plata que llevábamos encima.
En Bogotá había patrullaje militar por todas partes. Entregamos la plata. Era un descanso para la organización a nivel económico. Rendí el informe de la operación y les dije, bueno, yo ya me voy. No, hermano, usted no se puede ir. Pero tengo que irme a camellar a la zona porque ya tenemos montado otro operativo. No, usted tiene que esperar hasta mañana; hay una orden, tiene que hablar con Bateman. Me metieron a un cuartico por ahí y al otro día me encontré con El Flaco.
Hablamos y me soltó el bombazo. En ese momento El Flaco no me dice de qué se trata el plan. Me dice que hay un operativo, que ya está todo debidamente calculado, planificado. Eso me basta. Pero, Flaco, tengo que hacer algunas cosas, me agarra de improviso: debo cuadrar las tareas del regional y hablar con mi familia. Si la cosa no es para mañana, deme un tiempito. El Flaco me dice que la operación es más o menos en diez días: arregle todo, hermano, y nos vemos en ese tiempo. Me dan plata, y viajo al regional para hablar con los compañeros que van a participar para que solucionen también sus vainas familiares.
Al regreso voy pensando que sacaremos a los presos a la fuerza. Imagino que entramos a la cárcel en un operativo a muerte. Porque eso es dando tiros... Dando y recibiendo los vamos a sacar: hacemos un hueco gigantesco y por ahí salimos. Por la puerta grande. Pero nunca imaginé que era con rehenes ni se me pasaba por la cabeza.
Al regresar a Medellín, vi a mi familia, hablé con mi mujer y me despedí de mis niñas. A otra persona le dije que si pasaba algo raro en la próxima semana, las escondiera. También hablé con mi mamá. Le dije que había ganado una beca en París y me iba a quedar dos meses por allá. Se puso contenta, porque pensaba que iba a descansar. Allá no hay peligro para usted, mijo. Ella sabía que me perseguían. Sabía que estaba en el M. porque después de lo del Cantón, el ejército había caído varias veces buscándome. Allanaron su casa en Cali, buscando armas".....