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2 marzo 2019 6 02 /03 /marzo /2019 16:37

 

Estaba sentado en una orilla del parque panamericano, mirando a no sé dónde mientras degustaba un helado que una señora de cierta edad avanzada me ofreció, y por obligación de solidaridad, más que por gusto, la recibí, y al ir a pagarla, ella me preguntó, si tenía sencillo, y al fin y al cabo ni lo tenía,  ni me cobró, asunto que me dejo pensando, ahora sí, en las condiciones de las gentes con sus años encima que por sus necesidades tienen que venderle frio a las personas que se calientan con el buen clima de la bella Cali.

De repente, sin temor alguno, con cierta distancia pero sin desconfianza, se acercó un señor de unos 60 años o algo menos, en sus vestidos se observaba que cuidaba su presentación, y  según mi descuidada forma de analizar, creo que era un profesor de colegio que aun seguía trabajando, su maletín lo delataba, y sin tregua en el decir, luego de un saludo informal, “veee como estas”, pasó a preguntar si recodaba qué fecha era hoy, y con un poco de sorpresa, no lo niego, me di cuenta que hasta en eso estaba divagando y no supe precisar si era viernes 21, 22, o 24 de este mes del incompleto febrero.

Sin rodeos me precisó la fecha, el mes y la hora, me sentí un poco avergonzado porque creí que con su explicación de tiempos tan exacta, me había delatado de la situación de descuido en que estaba; pero no, de inmediato habló para recordarme que los días y los meses tienen celebraciones, que mejor sería llamarlos ‘recuerdos especiales’, y este día es uno de esos. Me contó que no era de Cali, pero que allí´ residía su sentir de identidad, su otra ciudadanía y que sus grandes amores estaban por ahí rondando en cada esquina de la bella Cali-ente.

Yo estaba un poco sorprendido, por aquellos pruritos de la inseguridad, del quién sabe que quiere este man, de qué estará pasando por más  allá de esas manos secas y de esos ojazos rebuscadores de inquietudes; me preguntaba, mientras él hablaba. Pensaba si sería parte de una de las tantas formas de tumbarlo a uno en la calle… e fin, poco a poco y charla en charla fui descargando la inseguridad y desconfianza en uno de los chupones a la paleta que se iba acabando en la media que avanzaba la tarde y la conversa, casi a manera de monologo de un interlocutor no buscado.

Siguió su relato sobre la Cali de los 70as, que por lo dicho en sus palabras cruzadas con sentimientos de admiración por esta ciudad, no creo que la hubiese vivido, pero si la conocía muy bien, sabia de sus goces y retos de identidades musicales, pero de repente dio un intempestivo salto en su narrativa y me atropelló con una pregunta que, a más de dejarme lelo, me sorprendió al tocar unas fibras de mis adentros que en ese momento no estaban por allí callejeando; me dijo hoy es 22 de febrero y pareciera que es el mismo clima y ambiente de 1980 cuando detuvieron y luego desparecieron a un  amigo, es decir a un compañero… ¿sabía usted eso?, me pregunta intrincadamente y con las palabras ‘captura y desaparición’ volví, entonces, a mis caminos del porque estaba en esa calle y parque,  caí en cuenta que me hablaba de los maravillosos y tristes y buenos y triunfantes y dificultosos años 80s, y sin darme oportunidad de ubicarme en el terreno movedizo al que me arrastró con su última pregunta y respuesta, arremetió con la explicación que, una tarde como esta, ese día de 1980 supo la noticia de la desaparición de quien hubiera sido un gran hombre en el M 19.

Estas últimas palabras del señor, que a estas alturas de la conversa ya lo sentía tan amigo como seguramente él quería hacerse sentir con su relato, me dejaron más alerta que al principio, pero sin desconfianza, aunque la inseguridad de la zona es la misma. Continuó contándome como él había visto en un sueño a Jorge Marcos, así de claro lo dijo: Jorge Marcos, y para mí ya no había duda que estábamos enredados en el mimo tema que la vida, seguramente a él lo había puesto allí y por los que yo como mal andariego he tratado de desandar sin conseguir la explicación total o definitiva a los interrogantes con los que la vida permanentemente nos cuestiona y con los que a veces uno mismo se hace para enredarse más y más.

Allí, esa tarde caleña, estaba recibiendo una lección de relaciones que pocas veces había tenido en los últimos tiempos de mis trajines callejeros; allí, ese amigo se desplegó en comentarios y expresiones benévolas y cariñosas con ese amigo ausente que permanentemente trajo y puso de presente en la conversa, que insisto era más un monologo ya aceptado por mí con gusto. Jorge Marcos era un buen muchacho, dijo, un buen compañero, un excelente amigo; y de ahí en adelante no quise, y la verdad no pude, interrumpirlo, para dejarlo a sus anchas en la bella narrativa sobre alguien a quien en mis aprecios ya admiración he tenido, también muy presente, naturalmente en forma diferente a la del ya, más amigo del parque Panamericano de Cali.

Me dijo, como rogándome, si le entendía lo importante que fueran estos tiempos si estuviera Jorga Marcos en el las luchas estudiantiles y obreras y campesinas y hasta de las vendedoras ambulantes ahora tan golpeadas por estatutos e impunidades; me contó que muchas veces ha soñado con Jorge Marcos andando por los caminos y montañas del Valle y de Colombia, que había estado con él en muchos campamentos del M19 empujando un tren del cual él era parte, un tren de esperanzas, de promesas, de sueños; lo vio entrar a la Embajada de la República Dominicana con Carlos Arturo Sandoval Valero, "Camilo", y también salir del Palacio de Justicia con Irma, Andrés y otros más, así los nombró; igualmente lo vio correr por las montañas del Putumayo llevando y trayendo esperanzas desde Santander y Boyacá, fue a acompañarlo en un vuelo urgente a San Andrés, y siempre, me decía, Jorge Marcos estaba alerta y tempranero en sus compromisos; que había visto a Jorge Marcos en operaciones por la paz y la democracia de Colombia, que no pudo acompañarlo en la experiencia gloriosa y de gran sentir bolivariano, como fue el Batallón América, porque estaba reponiéndose de unos malestares que por esas cosas de la lucha tuvo que atender; pero lo había visto y sentido crecido en esos tropeles que hicieron posible el pronto llegar al camino que ya se vislumbraba en el deseo de la paz.

Y fue esta palabra y sus sentimientos de añoranza los que me permitieron una interrupción, un tanto tímida, le dije que yo no había conocido a Jorge Marcos Zambrano en persona, pero que sentía un profunda admiración por él, no había terminado de decir esto cuando asumió la ofensiva de palabras generosas con los tiempos y la oportunidad que la vida le dio al haber sido amigo y compañero de su hermano y amigo como siempre se refirió a él. Volvió al surco de ideas y palabras reafirmando que Jorge Marcos seria en estos momentos de la gran crisis colombiana  un gran líder del país, y sin pausa y casi sin darle tiempo a la respiración me dijo que permanentemente sueña viendo a Jorge Marcos como un gran comandante del eme, un dirigente destacado en esos procesos, un representante político del departamento y luego de éxitos en esa carrera, había sido un gran y generoso gobernante; que sus cualidades humanas lo habían llevado a escenarios de gobierno nacional, y que por sus decisiones y compromisos, siempre pensando en el bien de su pueblo, Jorge Marcos se había ganado la confianza, credibilidad y cariño de sus gentes, no solo del Valle,  sino de todo el país, y hoy, créame, me dijo fijamente, aunque lo veo un poco incrédulo serio o temeroso, hoy Jorge Marcos seria ya casi un candidato presidencial, posición lograda a estas alturas de la vida y por todos los trabajos que había pasado, por las experiencias y retos que sus gestiones le habían dado confianza y certeza para asumir el reto de convocar al país a seguir defendiendo y construyendo una paz verdadera, de la cual, soy testigo, me insistió con su decir y su mirada, él fue constructor.

Y casi sin fuerzas, sus últimas palabras se fueron diluyendo en una tristeza que fuimos compartiendo, pues a estas altura de la tarde, de las confianzas y de sus sueños, creímos que estábamos desandando por misma trocha que los recuerdos y los sentimientos a veces nos permiten desandar, y en algunas circunstancias casi siempre sin saber con quién estamos caminado de la mano, y sin darnos cuenta somos de los mismos sueños.

Y sin querer, la tarde se había ido con nosotros arrastrándonos a su fin, y  juntos caímos en cuenta, cuanto habíamos perdido con la desaparición de ese hermano.

Fabio Hipo Mariño, febrero 23 y 27/19

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