Entrevista a Alvaro Fayad Delgado
Al Palacio de Justicia fuimos a entablar una demanda armada contra el régimen de minorías que traicionó el anhelo nacional de paz. La respuesta fue el arrasamiento total, el holocausto de más de cien ciudadanos y del poder jurisdiccional para impedir que se levantara la voz de la justicia, la voz de la nación. Pero quedó en pie una demanda, quedó pendiente el veredicto, y están por delante las tareas políticas, militares, sociales y civiles de una nación que quiere nacer.
Hoy la democracia es una voluntad nacional; hoy la democracia cuenta con un ejército; hoy la democracia requiere que esa voluntad nacional asuma la conducción de las tareas políticas y militares para construir la paz. Tales son los temas a los que se refiere Alvaro Fayad, Comandante General del M-19, en esta primera entrevista pública concedida en la Cordillera Central a principios de diciembre del año pasado, tras los sucesos del Palacio de Justicia, Armero y Siloé, que estremecieron a un país que ya no volverá a ser el mismo.
Colombia, enero de 1986
IDEAS PARA LA NUEVA NACION____________________________________ 1
Cuál es el proceso de análisis que llevó al M-19 a tomarse el Palacio de Justicia?
Teníamos varias posibilidades. Una, aceptar el amansamiento de la guerrilla, el amansamiento de la rebelión popular, y mantener unos acuerdos violados por el gobierno y la oligarquía. Unos acuerdos que mantenían una demagogia de paz, mientras lo que se vivía era la política de arrasamiento.
Tendríamos que haber aceptado, por ejemplo, lo que dijo Belisario Betancur, el 20 de julio, al instalar las sesiones del Congreso: que los acuerdos firmados sólo comprometían a una de las partes, a nosotros, porque, según él, los únicos que estábamos en tregua éramos las guerrillas, ya que el ejército y el gobierno no pueden darse tregua alguna. Aceptar eso, era aceptar que se cambiaran los términos del acuerdo de agosto...
Podríamos haber aceptado -habiendo probado nuestra audiencia de masas en todas las plazas de las capitales y municipios más grandes del país- que las elecciones son la prueba de la democracia la prueba dele paz social.
Elecciones, guerrilla arrasada, o un acuerdo unilateral: en efecto, podríamos haber aceptado que la paz no había sido sino una hermosa quimera para que florecieran dibujos de palomas y se mantuviera la represión y el hambre en campos y ciudades.
Pero había otro camino: el de la rebelión y la dignidad; no aceptar que se trampeara a una nación que ha entregado su voluntad de paz. Porque el compromiso sancionado por los acuerdos no era exclusivo de la guerrilla o del gobierno; era el compromiso de la nación que buscó, aplaudió y exigió el desarrollo de la paz. Entonces, en función de este mandato, cuando el proceso de paz se vuelve proceso de guerra, cuando los acuerdos quedan como letra muerta, cuando en vez de búsqueda de las reformas necesarias, hay entrabamiento de cualquier posibilidad de desarrollo económico y social en Colombia nosotros estamos obligados moral política militarmente a responder a nuestra nación.
Y fuimos ante el poder judicial, única reserva democrática y moral del Estado colombiano, a presentar una demanda nacional. Como dijera Rafael Uribe, cuando las reformas y las libertades no se conceden, el pueblo tiene que plantear su demanda armada. Y nosotros fuimos a plantear los derechos de esta nación: su derecho a la paz y a la vida; y no desde la clandestinidad, como lo hiciera en su época Antonio Nariño, sino con el apoyo de nuestras armas.
Y nos enfrentamos a una oligarquía asesina. Esta no es nuestra equivocación. Nunca vamos a decir que porque el enemigo es fuerte porque es asesino o genocida nos vamos a callar. Es mucho más grande la voluntad y la capacidad del pueblo, qué la aparente fortaleza de una minoría militarizada y terrorista; y fíjese, a pocos días de lo del Palacio d Justicia, en Siloé, esas mismas armas del M-19, ese mismo pueblo al que el M-19 ha convocado derrotan una nueva ofensiva de aniquilamiento.
Pero por qué la Corte Suprema de Justicia?
Cuando nosotros hablamos de un nuevo gobierno, nos referimos a una nueva organización de la voluntad política y social, que incluya a las nuevas fuerzas que reclaman una participación económica, política y social y donde caben fuerzas e instituciones que vienen de atrás.
No pensamos que el nuevo gobierno sea la ruptura total, definitiva, un salto –hasta aquí llegó lo pasado y aquí empieza todo lo nuevo- sino un nuevo propósito, una nueva voluntad real y efectiva y una nueva convivencia de las fuerzas existentes. Por eso no íbamos contra la rama jurisdiccional del país. Al contrario, apelábamos a ella, en su calidad de reserva democrática y moral del Estado. Entonces, si poco tenía que hacer bajo el Estado de Sitio y el poderío ascendente de los militares, si sus reivindicaciones y propuestas de desarrollo de la justicia eran desoídas, si sus denuncias, condenas y definiciones sobre la política estatal eran desatendidas, ahora iban a ser un factor esencial de las definiciones políticas. Porque en eso se iba a convertir la Corte Suprema de Justicia en el desarrollo de la operación Antonio Nariño por los Derechos del Hombre. No se trataba de negociar rehenes por la libertad de unos guerrilleros; era simplemente darle fuerza a una voz nacional: la de la Corte Suprema, habiendo oído al pueblo en general.
Por eso el régimen y la oligarquía prefirieron borrar del mapa la institución, a sus hombres, a los guerrilleros y toda posibilidad de enjuiciamiento público. Y por eso este juicio sigue siendo tarea a desarrollar por la conciencia sana del país.
Sin embargo, tomarse el Palacio de Justicia con las armas, con tanto rehén, es un acto de terror...
Primero que todo, para nosotros no había rehenes. No teníamos rehenes porque no pretendíamos cambiarlos por algo. No íbamos a plantear ninguna exigencia con base en la vida de los funcionarios de la justicia. Ellos eran para nosotros lo que son: jueces, magistrados y fundamentalmente, la rama más sana de los poderes públicos. A ellos les presentábamos una demanda, como ciudadanos que tenemos el derecho a exigir justicia. De ninguna manera eran rehenes; tan no lo eran, que el gobierno, los militares y la oligarquía, decidieron arrasar con ellos; porque no querían que hubiera enjuiciamiento, ni demandas, ni demandantes, ni jueces. Por eso arrasaron con todo sin ninguna contemplación.
El terrorismo es coartar a una cantidad de gente con las armas...
No. El terrorismo propicia acciones cuyo objetivo es sembrar pánico en una nación o un grupo social específico. ¿Coerción de libertad? Si. Obvio. El uso de armas implica violencia. Pero precisamente por eso íbamos ante la Corte Suprema de Justicia: en un esfuerzo por crear conciencia, propiciar un remezón social para que ese camino de la paz que estaba siendo traicionado, asesinado -que sigue siéndolo- tuviera un nuevo impulso, recibiera nuevo oxigeno.
A la paz en Colombia hay que protegerla con las armas, y no solo a la paz. En Colombia el derecho de plantear una demanda tiene que ser defendido con las armas, porque para que la justicia funcione con los de ruana, los de ruana tenemos que armarnos para ser escuchados.
Nosotros pensamos que la revolución es fundamentalmente una voluntad nacional de vida, de búsqueda de nuevas soluciones. De fuerza, sí; pero también de amor. Nunca de terror. Terror es ir de noche y sacar a la gente de su casa para torturarla; terror es arrasar barrios, como lo hicieron en Siloé; terror es desaparecer ciudadanos, como lo hizo Turbay, como lo hacen hoy Belisario Betancur y los militares. Terror es un ministro de defensa como Vega Uribe, condenado hace tres meses por esos mismos magistrados como torturador. Eso es terrorismo. Terrorismo de Estado, que es el que viene viviendo Colombia hace bastantes años.
La acción del Palacio de Justicia era una demanda de justicia, de dignidad. Con la fuerza de las armas, sí, para hacernos oír. Los magistrados fueron tratados con respeto por nuestros hombres: están sus propias declaraciones, que buscan ahora ocultar o distorsionar, pero todos las escuchamos. No decimos que ahí no hubo uso de fuerza, de coerción, pero ante todo, había respeto a la dignidad, respeto a la vida. Nuestros compañeros defendían la vida de los magistrados con su propia vida.
Y todos sabemos que el incendio del Palacio de Justicia fue resultado de un operativo del GOES, que sus comandos se pusieron el traje de asbesto en la Casa de Nariño. Y ahí están las declaraciones de los testigos, que cuentan cómo los guerrilleros rescataban a la gente de las llamas, cómo intentaron aplacar el fuego con los extinguidores. Porque nadie que lucha por la vida va a incendiarse a sí mismo, y si se hubiera tratado de quemar el Palacio, o los archivos, ahí está la acción del GOES para mostrar que es posible hacerlo con comandos especializados y sin correr mayores riesgos.
También se dice que los guerrilleros fusilaron e los magistrados.
Dígame de una sola persona que haya afirmado -fuera de los altos mandos militares- que vio a un guerrillero matar a un magistrado o funcionario. Todos saben lo que pasó ahí, y hay numerosas declaraciones de los propios magistrados y consejeros que cuentan cómo Andrés Almarales, Alfonso Jacquin, Luis Otero y demás compañeros, los protegían, hablaban con ellos, les explicaban cómo protegerse del bombardeo. Es que sólo hay que revisar la secuencia de las noticias y su manejo por la radio, para advertir la manipulación, la distorsión informativa, la infamia. Esto es parte esencial de cualquier juicio de responsabilidades, porque no solo actuaron generales al mando de la tropa, sino también actuaron los generales de la información.
Esta oligarquía perdió absolutamente toda capacidad de decir la verdad. Ha hecho de la masacre su arma fundamental. Esto, sumado al cinismo, ha convertido a Betancur, no en aquel ministro del Trabajo que ordenó la matanza de obreros en Antioquia, sino en el hombre que mejor aplica los consejos de Reagan de masacre indiscriminada. Es que Betancur se atrevió a lo que no llegaron siquiera Pinochet o Somoza...
Lo Otro es la supuesta alianza con el narcotráfico en la toma del Palacio.
Eso lo dice el pobre Parejo González quien, ante su fracaso como ministro de justicia, ante su incapacidad de resolver el gran problema de la justicia en Colombia se dedica a atacar al M-19, haciendo eco al Departamento de Estado Norteamericano.
Como M-19 no tenemos nada que ver con el problema del narcotráfico. Pero el país si tiene mucho que ver con este problema que es un problema nacional.
Que se olviden los señores del Departamento de Estado o el ministro de justicia que el problema del narcotráfico era nuestro objetivo o razón para ir al Palacio de Justicia. Son demasiado grandes los problemas del país, demasiado altas las tareas de dignidad y democracia, como para que nosotros fuéramos a reducir estas banderas, nuestras vidas y nuestros combates a este problema. Ahora: si proponemos -y es uno de los puntos de nuestra demanda, que es lo que le duele a Parejo- que la soberanía jurídica de Colombia esté en manos de nuestros jueces; sí proponemos que ningún, colombiano sea enjuiciado por tribunales extranjeros, o pague condenas en cárceles lejanas.
Sí reivindicábamos para nosotros, los colombianos, y para nuestros jueces, el derecho y deber de ser jueces de nuestros connacionales. Como también reclamamos, ante la Corte Suprema de Justicia, nuestra soberanía económica para dictar nuestro desarrollo y no estar sujetos a las imposiciones del Fondo Monetario Internacional; la soberanía sobre nuestras materias primas, para romper el reciente acuerdo de Betancur con la OPIC -que entrega a las multinacionales la reglamentación jurídica sobré nuestros recursos naturales- y en virtud del cual ni el Congreso puede cambiar los contratos entre las multinacionales y el gobierno colombiano; son aquéllas las que deciden el destino de nuestro níquel, carbón y petróleo.
Oiga, eso del incendio es un problema de sentido común. En un recinto cerrado, propiciar un incendio cuyas primeras víctimas serían ellos mismos, cuando el problema inmediato era consolidar una defensa. Esos en primero y segundo lugar. Tercero, representantes de los medios y el personal del Palacio de Nariño vieron cuando los comandos del GOES se preparaban para comenzar el incendio. Cuarto, cualquiera sabe que las bombas que fueron lanzadas desde afuera, pueden incendiar fácilmente un edificio como ese. Pero fundamentalmente -además de las pruebas que arroja el sentido común y la realidad concreta- está que el M-19 iba con la justicia y la dignidad de este país; el M-19 iba por un debate de altura y perspectiva nacional y no por un problema específico, sobre el que hemos dado nuestra opinión en repetidas ocasiones.
Y así como el ministro de justicia acusó a los periodistas que lo enfrentaron, diciéndoles que ellos o bien eran agentes de la guerrilla o agentes del narcotráfico, así hace siempre la oligarquía colombiana, con una falsa moral -porque las finanzas, la banca, la industria, la política, los partidos, el parlamento y hasta el deporte están en manos del narcotráfico- al afirmar que cualquier combate es resultado del mismo fenómeno, para quitarle credibilidad.
No. El problema es mucho más hondo. Que se olvide el ministro de justicia de que sus calumnias van a justificar la decisión de aniquilamiento en la que él tuvo parte.
Qué opina el M-19 sobre las declaraciones de Shultz en Cartagena?
Eso está claro, no? Porque el Departamento de Estado Norteamericano en permanente ofensiva diplomática, militar y comercial contra Nicaragua, en ofensiva de aniquilamiento contra la revolución salvadoreña, hoy, con el desarrollo de la lucha en Colombia, coloca un nuevo punto en su mira, e intenta además, globalizar todo este problema. En esto último no se equivoca: de todas formas la búsqueda de la democracia sí es un problema latinoamericano. Pero no puede mirarse con la óptica de las acusaciones imbéciles de Shultz. Lo del Palacio de Justicia nace aquí, se origina aquí, por necesidades, condiciones y exigencias de nuestro propio sentir colombiano. Y tiene soluciones propias, aunque no ignoremos sus proyecciones sobre el conjunto de la región. Como no lo ignora Shultz. Raro sería que no se estuviera preocupando el Departamento de Estado por la situación de un país como Colombia...
Y no es lo pequeño -la cuestión de las armas- a lo que apuntan las acusaciones de Shultz. Porque bien debe saber el Departamento de Estado, que nosotros tenemos suficientes armas compradas antigua y recientemente del ejército venezolano, y que el armamento oficial venezolano circula libremente en la frontera en Cúcuta y Maicao. De modo que ese no es el problema. La intención de Shultz va a lo grande, al inmenso debate que hay sobre el Palacio de Justicia, sobre la decisión de arrasamiento que es fruto de su propia política, y que tiene que ver con el problema central de toda esta región: la democracia, las grandes luchas por la democracia y la autodeterminación. Así, habiéndole fracasado su primera acusación -de que era el narcotráfico, ahora el Departamento de Estado quiere introducir el problema de una supuesta intervención Nicaragüense..
Perdió el M-19 militarmente en el Palacio de Justicia?
Tuvimos pérdidas militares porque perdimos hombres muy valiosos. Pero la evaluación del hecho militar no da la medida para analizar este problema. Estamos ante un fenómeno más grande.
El país perdió hombres valiosos: Demócratas como Reyes Echandía o Andrés Almarales; patriotas íntegros como Manuel Gaona o Luis Otero; constitucionalistas convencidos como Ricardo Medina o Alfonso Jacquin; inteligencias como las de Patiño Roselli o Ariel Sánchez; hombres sensibles como Carlos Medellín o Guillermo Elvencio Ruiz... Creo que el país perdió gente que no tenía que haberse muerto ahí...tantos funcionarios y empleados...
Pero también estamos ante el heroísmo colectivo de 35 hombres y mujeres que por la bandera de la democracia, que por creer en al poder de la justicia hasta el fondo y la médula de sus corazones, van y combaten hasta siempre. No se rindieron, no vacilaron en su propósito. Y esa voluntad colectiva, única, de resistir, de no someterse a la voluntad de su adversario -no de uno: de treinta y cinco- marca definitivamente la conciencia de los colombianos porque ese heroísmo colectivo no lo habíamos visto en este país...Hay quienes dicen: —fanatismo—, "suicidio", "desesperación". ¿De 35? A lo mejor resulta más cómodo o menos inquietante mirarlo así. Pero lo que debemos preguntarnos todos es, qué lleva a 35 hombres y mujeres, cuyas edades oscilan entre los 22 y los 46 años, provenientes de todos los rincones del país, de diversa extracción social y diferente formación profesional, a esa decisión única, a esa resistencia sin igual.
Más aún: ¿Qué une en un solo grito, por el cese del fuego, a guerrilleros y magistrados? ¿Por qué se confunden hoy en Colombia los demócratas en armas y quienes sin apelar a ellas defienden los ideales democráticos?
Creo que fundamentalmente nos encontramos ante unos poderes, ante una oligarquía que desplegó todo su abismo de locura, guerra y cinismo. Entonces, también cabe hablar de una falsa concepción sobre el país y sus poderes.
Nosotros sí habíamos sentido toda la fuerza de este enemigo. Porque Yarumales fue eso mismo. En Yarumales sufrimos todos, su odio por la paz que empezaba ahí, con los acuerdos de tregua y Diálogo sentimos toda la incapacidad mental y moral de un Jaime Castro; toda la irracionalidad de las FF.AA; toda la endeblez democrática de Betancur. Y también conocimos su decisión militar de arrasar, cuando atentaron contra Navarro y demás compañeros en Cali, cuando intentaron desmantelar los campamentos de paz; cuando asesinaron a sangre fría a nueve compañeros detenidos en el sur oriente de Bogotá, y cada una de sus ofensivas.
Si planificaron la toma teniendo en cuenta eso, ¿por qué no funcionó?
Militarmente tuvimos fallas. Un grupo de siete compañeros no pudo entrar, y era el grupo destinado a consolidar la defensa de la planta baja y los sótanos. No funcionaron las minas antitanque: porque las teníamos. Pero independientemente de eso, el enemigo estaba decidido desde el primer momento a no dejar piedra sobre piedra, a costa del holocausto total. Para evitar la demanda, para asfixiar entre fuego y humo el enjuiciamiento. Pero se planteó la demanda, y el juicio nunca estuvo en sus manos. Por eso la derrota es de ellos. Es derrota para siempre.
Nosotros planteamos desde el principio -y lo seguimos sosteniendo- que solamente la resistencia militar y solamente la victoria militar abre caminos políticos en Colombia.
Qué significa para el M- 19 que se masacrara la única gente que, desde el Estado, había defendido los valores democráticos, como el final de una trágica novela de amor?
¿Qué ha significado para el país? Se acentúa nuestra decisión de democracia para Colombia. Mire no es como una novela trágica de amor, ni siquiera en los tiempos del cólera - y éstos son tiempos de cólera y de guerra-; es más bien como la historia anunciada. De verdad estábamos anunciados de que el volcán iba a explotar. Estábamos anunciados de que el enemigo tenía voluntad de aniquilamiento, que estaba aniquilando. Se había anunciado en Yarumales, en Pradera, en Buga, en Florida, en las ejecuciones sumarias de nuestros militantes, en el atentado a Navarro, en el Paro Cívico...
Y también estaba anunciada la toma. Los liberales ahora acusan al gobierno de haberla facilitado quitando la vigilancia del Palacio.
No. Esos son argumentos de poco peso. Con o sin vigilancia, nosotros nos habríamos tomado el Palacio de Justicia. Y no nos tomamos el Congreso porque tuviera vigilancia, sino porque se trataba de plantear una demanda y de plantearla ante un poder respetable.
Me parece un error. Porque al ejército posiblemente le interesaba la muerte de los magistrados que habían condenado a sus generales como torturadores y el M-19 le sirvió de pretexto para poder hacerlo.
Ese argumento de que por la lucha hay represión, y que cada lucha es un pretexto para la represión, es el caballito de batalla de la pasividad y del miedo. Esta oligarquía no necesita pretextos: EI “pretexto” si cabe es su propia razón de ser cómo oligarquía militarizada, antipueblo, antinación y antidemocracia. A ver explíqueme cual es el pretexto para militarizar las ciudades e impedir el Paro Cívico, cuál el pretexto para asesinar a los curas que trabajaban con los pobres en las poblaciones del Valle.
Entonces, anunciada, ¿en qué sentido?
Anunciada porque ya sentíamos la naturaleza y la decisión del arrasamiento. Y decidimos enfrentar eso con todos los argumentos políticos, morales y militares. Con toda la razón. ¿Y qué encontramos? Eso mismo. Que esta oligarquía no sólo no respeta la vida humana, no sólo no respeta sus propios presupuestos, sino que está dispuesta a arrasar con una rama del poder con tal de sobrevivir como poder, sin importarle cuán minoritario y antidemocrático sea ese poder.
Hoy han sido arrasados, en virtud de la esencia antidemocrática de la oligarquía colombiana, el parlamento, que nunca ha tenido expresión o actividad como rama independiente que debiera ser; que no representa ni el quince por ciento de los electores, y no legisla en función de los intereses mayoritarios, cubierto de inmoralidad y dedicado al despilfarro de los dineros públicos; ha sido arrasado el ejecutivo, que nada tiene que hacer distinto a lo que opinan los mandos militares y cuya autoridad política está acabada; y ahora remataron al poder judicial, ya golpeado y relegado por, la justicia penal militar. Aquí ya no vale lo que decía Lleras Restrepo, porque esto país no está descuadernado: está, simplemente desmoronado.
Aquí la Corte Suprema puede condenar a un Vega Uribe como torturador, y no pasa nada. La nación conoce el significado de esos fallos. Por eso recurrimos ante el tribunal superior de la justicia.
Y ahí lo que hubo, de parte nuestra, fue una resistencia como nunca antes se había visto en Colombia o en América Latina: 26 horas, 35 hombres, aguantando cinco asaltos de aniquilamiento, no acciones de comando. Porque de parte del ejército nunca hubo operaciones para sacar a los que ellos llaman rehenes… como la que hicieron los israelitas en Entebbe. El tipo de operación militar no fue de rescate. Fue de aniquilamiento. El uso de tanques, rockets, de cargas de montón con explosivo, de bombas incendiarias, de gases, implica necesariamente la decisión de aniquilamiento, la decisión de no dejar piedra sobre piedra, de acabar con quienes estuvieran ahí, sin importar quiénes fueran ... Esto implica necesariamente que cada propuesta, que cada lucha nuestra, tenemos que hacerla con mayor fuerza.
Aquí perdimos hombres y la nación perdió muchos hijos. Unos combatientes por la democracia, otros, mártires por ella. Pero se ganó en que, como nunca antes, la razón, la justicia y la dignidad se han hecho bandera de de millones de colombianos. Y claro que podía haber sido diferente. Nosotros todavía decimos, por qué no hubo un minuto de reflexión, por qué ni las fuerzas armados ni Betancur dieron un solo minuto de reflexión, por qué la voz de Reyes Echandía, exigiendo el cesa del fuego, jamás fue escuchada; y es que en ese minuto de reflexión ganábamos todos. ¿Por qué no hubo oportunidad para eso?
Ahora tenemos al descubierto la decisión genocida de la oligarquía, sin velos, sin nada. Pero no buscábamos eso. En Colombia no se necesita demostrar que los gobernantes de este país son asesinos. Lo que nosotros buscábamos era el reacomodo del proceso de paz.
Por tanto, lo que buscaban quedó pendiente...
No. Los compañeros plantearon la demanda contra una oligarquía que violó unos acuerdos, que ha entregado la soberanía de este país, que pisotea la Constitución y, sobre todo, que ha violentado la máxima expectativa de paz en Colombia. Y el juicio quedó abierto. Lo que buscábamos se está cumpliendo.
Hay un repudio general a la decisión de arrasamiento; el ochenta por ciento de la población no comparte la decisión de Belisario Betancur. Y hoy sabemos que la justicia, la dignidad y la paz tienen que nacer de una mayor fuerza, de mejores combates y de victorias contundentes.
Pero la demanda planteada era contra la paz de BB, no una demanda por el aniquilamiento cumplido en el Palacio de Justicia...
No era solamente una demanda contra Betancur. Era una demanda contra la oligarquía que no da resquicios para la vida, ni para la alegría, ni para el desarrollo social íntegro en una nación como la nuestra. Nosotros planteamos la demanda. Ellos se auto-condenaron. Ahora tenemos que desarrollar el juicio y aplicar las sanciones.
LOS ANTECEDENTES: LA TREGUA ROTA
¿Por qué no plantearon ustedes esta demanda antes de romper la tregua?
Nosotros planteamos públicamente en diciembre de 1984 que el gobierno y las fuerzas armados habían roto absolutamente la tregua. Que nosotros estábamos dispuestos a respetarla para darle oportunidad a la paz por el camino señalado en los acuerdos. No tuvo otro sentido la batalla de Yarumales, la negociación posterior y la ratificación del acuerdo de agosto, realizada el 4 de enero, entre nosotros y el gobierno.
Y no eran solo los militares quienes estaban violando la tregua. En la época de Yarumales, me reuní con Jaime Castro en Bogotá y él me dijo exactamente lo que dijo Belisario Betancur ante el hecho del Palacio de Justicia: "O se rinden o los aniquilamos...y agradezca usted que no está en Yarumales, porque le estoy ahorrando la vida". Me lo dijo así, textualmente, el ministro de gobierno.
Oiga: cesamos operaciones militares, nos dedicamos a la actividad pública, volvimos a negociar y a ratificar acuerdos después de la ofensiva da Yarumales, tocamos todas las puertas en busca del diálogo de todos y entre todos, llenamos plazas, y sin embargo, el ejército y Belisario Betancur siguieron exigiendo rendición o aniquilamiento. Para ellos, toda negociación, todo acuerdo, fue siempre letra muerta.
Aún así, ¿no cree que hubieran sido diferentes los resultados de la demanda si la hubieran planteado antes de la ruptura oficial de la tregua?
Insisto en que la “ruptura oficial de la tregua” la hizo el gobierno en diciembre del año pasado al atacar Yarumales. Y estoy convencido de que su decisión de aniquilamiento está tomada desde entonces. Lo nuevo es que ya nada le pone límites a la oligarquía en su guerra de exterminio, que no sea la resistencia de las fuerzas de la democracia.
La gente se pregunta por qué ustedes no aguantaron un poco más en vez de dejar ese vacío político que significó asumir la ruptura de la tregua.
Mire: no hay vacíos políticos, porque después de la respuesta gubernamental a la convocatoria del Paro Cívico, los espacios políticos estaban dominados por el ejercicio militar de la oligarquía. ¿Vacío político nuestro? ¿Cuál vacío político donde los Campamentos de Paz empezaban florecer en las ciudades, con el apoyo y la pasión del pueblo?
Precisamente por eso me pregunto por qué no aguantaron otro poco, para poder desarrollar más ese proyecto...
El problema no era mantenernos un poco más. El problema era que nos estaban matando a la gente. Mire: con Navarro caen todos los jefes de los campamentos de Cali. Uno puede mantenerse cuando está vivo. Pero a lo único a lo que nosotros no tenemos derecho, es a permitir que acaben con la posibilidad de rebelión popuIar, a no convertirla en fuerza y en victoria.
Nosotros no tenemos derecho a decretar la paz donde no la hay, donde están agrediendo a las comunidades, donde asesinan a los pastores del pueblo -como Daniel Guillard-, donde la retórica de la paz encubre la decisión de acabar con la esperanza del pueblo.
El espacio político se cerró por obra y gracia del desarrollo militarista. Porque hay que ver cómo se ha ampliado la acción militar con Betancur: hay que ver cuántos alcaldes y gobernadores, cuántos directivos de empresas estatales, son militares; hay que ver el presupuesto de guerra, incrementado a niveles antes desconocidos; hay que ver la prepotencia de los altos mandos -claro: Belisario llama ministro de la paz al torturador Vega- hay que ver la magnitud de las operaciones militares montadas durante la supuesta tregua...
Entonces, no dependía absolutamente de nosotros el proceso de paz, mantenido así, como "espacio político", cuando éste ha sido invadido por la acción militar del gobierno. Y por esto, nos tocaba a nosotros, como tarea impostergable, crear nuevos espacios políticos para la paz; porque la paz está en los combates populares y en las victorias militares.
Cuando al engaño no se responde con dignidad, la nación se adormece; cuando se mantienen unos acuerdos repetidamente violados, y no se responde con fuerza, las masas entran en el desconcierto y el escepticismo. Entonces, no sólo estaba en juego la vida de nuestros hombres. Lo que estaba en juego era la capacidad de renovación de este país. Y ante el incumplimiento, alguien tenía que salir a decir, es posible vivir de otra manera, es posible conseguir esto que no se ha logrado mediante la negociación con la oligarquía con un gran acuerdo de mayorías. Y si la oligarquía no quiere buscar la paz, hay mayorías capaces de conseguirla por medio de combates y victorias.
Una actitud diferente es dejarle a la oligarquía las manos libres para que hagan y deshagan en este país como siempre han hecho.
¿El M-19 volvería e negociar con el gobierno? ¿En qué condiciones?
El problema con esta oligarquía es que ya no es capaz, ni por vocación, ni por destino, ni por necesidad, de buscar un acuerdo y una solución negociada. Uno puede siempre discutir con el enemigo, si éste tiene por menos la moral de cumplir con lo acordado.
Ahora: nosotros siempre estaremos abiertos a cualquier propuesta de paz, cualquier propuesta que signifique reformas para al cambio en favor de las mayorías. Y hay muchos sectores en esta nación -de empresarios, de profesionales, de capitalistas- que sin estar con el M-19, sí quieren el cambio pera el país. A ellos les decimos, formemos un consenso de mayorías: un consenso en el que participen esos sectores y todas las fuerzas sociales y políticas interesadas en el cambio con justicia.
¿Fue o no positivo el proceso de paz que trató de hacer Belisario?
Un momentico: no. "que trató de hacer Belisario", porque el proceso de paz no fue él solo quien trató de hacerlo. Fuimos millones de colombianos. Esta es otra de las grandes verdades de este proceso, que han tratado de esconder. Ayer, o antes de ayer decía Betancur que “vuelve a tender su mano generosa”... ¿Cuál mano generosa? Si este proceso, estos acuerdos, fueron ganados a punta de combates, de heroísmo de aceptación de millones de colombianos sobre una determinada forma de hacer la paz?
Aquí no hubo generosidad ni nada fue regalado. Para la amnistía, hubo que derrotar dos guerras en el Caquetá, a Turbay. Pera pasar de la amnistía a la tregua hubo que vencer operaciones inmensas. Solo entonces aceptó Belisario hablar con el movimiento guerrillero. Entonces, cuál generosidad? Fue realismo político de Belisario, porque la nación exigía una solución negociada al enfrentamiento, propuesta que hizo suya el movimiento guerrillero.
Y volviendo a su pregunta: claro que hay un saldo positivo. Primero, la paz en Colombia adquirió su significado real: justicia social, bienestar de mayorías. Hoy nadie cree en aquella idea de la paz por la paz, la paz de los cementerios de la oligarquía. Hoy la mayoría de los colombianos entendemos que si la paz no está acompañada de justicia social, no es paz. Segundo, queda claro que la paz no puede venir de la oligarquía ni ésta quiere la paz. Tercero, lo más importante que la inmensa mayoría de los colombianos si queremos y podemos hacer la paz con esfuerzo de consenso mayoritario, un esfuerzo de pluralismo, un esfuerzo de concertación de distintos Intereses sociales, políticos, económicos e ideológicos.
Se dice que este año le sirvió al M-19 para conseguir más armas, para captar más gente. ¿Es cierto eso?
Nosotros no miramos los procesos desde el punto de vista de nuestra organización, sino desde el punto de vista de la conveniencia nacional. Yo pienso que la paz sí ganó mucha gente, muchas armas: armas morales, armas ideológicas.
Ahora, el M-19 sí ganó millones de simpatizantes y amigos. Porque convocamos a la nación a la paz a la que ella aspira: no la paz de remedo, la paz artificial o la paz de palomitas blancas y piquitos rosados -como dice la canción- sino a la paz que da empleo, salario, tierra, libertad y dignidad a una nación.
En eso ganamos. Y no conseguimos armas, ni conseguimos un peso más durante el proceso de paz, porque no nos comprometimos con unos acuerdos para eso, ni era ese el sentido de dicho proceso.