“ ..Estamos desarrollando el movimiento de masas a partir del ascenso de la lucha guerrillera. Es que en Colombia las cosas son así y no al revés. Porque aquí no hay canales suficientes para que la democracia se materialice. También en el monte aprendimos que la guerrilla no puede ser un aparato militar sino, antes que todo, un movimiento político. En cuanto se unen el movimiento político y el aparato militar es que se crean las perspectivas de una guerra del pueblo. Antes nunca”
Jaime Bateman
Compañeros:
En estos meses hemos mantenido una rica discusión política que ha de revertir en la cualificación del proyecto de democracia que buscamos impulsar.
En los debates planteados, debemos profundizar algunos temas que pueden contribuir a trazar prioridades y vertebrar esfuerzos. En esta carta trataremos principalmente algunos criterios respecto al trabajo de las milicias, haciendo anotaciones previas sobre el proyecto en el que ellas –como el conjunto de nuestras fuerzas- están inscritas, y que les da perspectiva en función de objetivos estratégicos. Al final haremos anotaciones generales respecto a otras estructuras y fuerzas de la organización, sobre las cuales profundizaremos en próximas cartas.
Es importante que trabajemos juntos todos estos temas, sin importar en que frente de trabajo estemos: porque hoy, más que nunca, la realidad nos demanda no sólo integralidad en la concepción, sino la unidad de acción que esa integralidad demanda.
LA UNIDAD POLITICA COMO RETO
Hoy vemos que la nación va retomando el camino de lucha y el enfrentamiento directo contra quienes se empeñan en imponerle la camisa de fuerza de sus caducas instituciones. La actitud de las masas enfrenta el proyecto excluyente del Gobierno, que pretende que los colombianos sintamos que el único camino posible de transitar es el que propone la oligarquía dentro de los marcos de la reducida democracia electoral.
No obstante, esta realidad se les sale de las manos. Está la sublevación social. Está la convergencia política en torno a la democracia. Está el fortalecimiento de la insurgencia armada, que se prepara para dar nuevos saltos en el camino de la unidad. Y está la incapacidad del régimen de dar soluciones a los problemas del país, que profundiza las diferencias dentro del bloque del poder. Por eso vemos que al descontento social se suma la crítica de los sectores como la iglesia, y se hacen más agrias las discusiones entre los partidarios de unas u otras soluciones.
El problema de hoy es que todas estas son todavía manifestaciones aisladas y relativamente marginales, cuya fragilidad no convierte en realidades políticas sus propios planteamientos; o quedan reducidas a realidades políticas dispersas.
Nos falta, a las fuerzas que buscamos el cambio, introducir en el debate y en la lucha ese eje que articule como una fuerza toda la vitalidad del movimiento de masas; nos falta el propósito que haga de esa fuerza un solo puño. Y ese puño tiene un objetivo: Golpear el gobierno oligárquico, minar su fuerza, enfrentar su actitud autoritaria, impedir que juegue sólo en el panorama político nacional. Pero, ojo: no se trata sólo de confrontarlo. También hay que levantar alternativas nuevas. Para ello hay que darle un eje a la inconformidad política y social, de manera que alrededor del mismo se aglutinen las expectativas de la nación y se desencadene el protagonismo colectivo.
En otras palabras: hoy, como parte del movimiento revolucionario, tenemos que darle un sentido único a los esfuerzos de la nación. Y nuestra función no reside en agitar ideas, sino fundamentalmente en contribuir a abrir espacios a la presencia de todos los colombianos para la discusión de sus problemas y la determinación de las tareas de la hora.
Pero también se trata de introducir la suficiente fuerza para que las mayorías tengan la certeza de que el camino que se proponen no sólo tiene validez y justificación histórica, sino que es posible. Y el problema de la fuerza es un problema de hechos: hechos de insubordinación, hechos de desobediencia, de lucha, de organización, de opinión, etc. Hechos que desborden ese esquema de dominación que quieren imponernos.
UN GOBIERNO NUEVO: LA PROPUESTA EJE
La realidad y la perspectiva de desarrollar la democracia en nuestro país, pone el eje de los esfuerzos en torno al problema del Gobierno.
La incapacidad de la clase gobernante y la inmensa necesidad de las mayorías exigen soluciones inaplazables. Soluciones que sólo pueden realizarse con una nueva voluntad política desde un gobierno que represente al conjunto de la nación, y que dé lugar a la participación de todos en las decisiones nacionales. Pero para que haya un nuevo gobierno, hay que generalizar la convicción de que el que tenemos no da para más. Hay que generalizar la voluntad y consolidar la fuerza necesaria para desconocer su mandato y hay que construir bases sólidas para el gobierno nuevo.
Todavía hay escepticismo sobre la posibilidad de que las mayorías seamos gobierno. No tanto por la propuesta en si, como por las dudas que se plantean sobre la capacidad de las fuerzas de la democracia de poder alcanzar esa meta a corto plazo. Inicialmente pasó lo mismo con nuestras propuestas de pa: hubo escepticismo cuando se habló de amnistía o de Diálogo Nacional; pero los hechos de fuerza, de opinión y de masas desataron la voluntad política de los colombianos y Betancur supo jugar con realismo con esa bandera que movía al conjunto de la nación.
Ahora, ¿cómo demostrar que hay la posibilidad de un gobierno distinto al actual?
Es necesario confrontar al actual gobierno en todos los terrenos: ponerlo contra la pared y que quede en evidencia su incapacidad y falta de voluntad para solucionar los problemas de las mayorías y del país. Si concentramos fuerzas, concentramos energías, en una forma tan definida y en función de objetivos precisos, nuestras propuestas de democracia llegarán a todos: para que sean temas de debate y elemento de controversia con la oligarquía. Así mismo, debemos buscar que nuestros hechos expresen exactamente la realidad de este país.
Es necesario que los hechos que las masas están protagonizando- paros autogestión, recuperación de tierras, acciones político-militares- sean realmente germen de nuevo gobierno, de gobierno de mayorías. Esto supone ir extendiendo la conciencia de que la población puede y debe ser actor de su historia. Y para ello, estos esfuerzos deben articularse entre sí, hasta cuajar como un esfuerzo nacional.
Al asumir estos hechos como embrión de nuevo gobierno y como parte de un solo fenómeno, dan un salto de calidad: ya la insubordinación social rebasará las justas reivindicaciones por pan, techo, trabajo o salud, y consolidarán el proceso de construcción de la fuerza necesaria para realizar la democracia en forma permanente. Igualmente, con esa perspectiva, los reducidos espacios de concertación existentes –negociación de pliegos, de paros o tomas, la elección de alcaldes, etc. –se convierten en experiencias democráticas en ascenso y no en contracción, como quiere mantenerlas la oligarquía.
El reto de la insubordinación no consiste en fraccionar a la nación. Consiste en unificarla en función del propósito de construir una nueva realidad para Colombia: con hechos de nuevo gobierno, de soberanía popular, de democracia y justicia. En ello consiste construir una alternativa de poder y con ello rebasamos los niveles de la mera oposición política.
Con frecuencia las fuerzas de izquierda no logran ser interlocutoras de la nación por su estrategismo: por estar navegando en las aguas de la revolución en abstracto, sin llegar a proponer soluciones con una vigencia inmediata. Se tienen que sentir soluciones que puedan concretarse y materializarse; se tiene que abrir un camino firme que responda a las necesidades urgentes de todos los colombianos, y no tan sólo a las inquietudes ideológicas y programáticas de unos pocos.
Por tato, si el camino de ser gobierno no se hace algo que el pueblo maneje todos los días, algo que de confianza y perspectiva a los hombres y mujeres de Colombia, resultarán estériles los esfuerzos que se están produciendo por la democracia y la redención social.
POR SOLUCIONES PACTADAS
Todo eso que llamamos Proceso de Paz mostró a Colombia un camino distinto al de la guerra civil para la solución de sus problemas. Y eso es exactamente lo que buscamos con nuestra propuesta de Pacto Nacional por un Gobierno de Paz.
Se trata, evidentemente, de un pacto en el que todos los colombianos seamos deliberantes, participantes; en el que podamos ejercer la democracia en el más alto nivel, cual es participar en la decisión que moldeará las decisiones que afectan el destino del país.
Algunos politólogos caricaturizan la propuesta afirmando que el Eme pide pactar con el Gobierno; que este pacto tiene el sentido de entronizar en el poder a la Organización ante su fracaso en acceder a él por otras vías…Puede ser esta una distorsión malintencionada del contenido de nuestra propuesta, o la incapacidad de tales comentaristas de comprender una propuesta democrática. Porque lo que el Eme está buscando es el reconocimiento de la multiplicidad de fuerzas de la nación y el que asumamos el derecho de cada una de ser protagonistas en la construcción de nuestro destino común. Y también afirmamos que es posible detener el desangre, si estamos dispuestos a concertar soluciones que representen la voluntad mayoritaria de la nación.
También nos dicen que esta propuesta sólo puede andar con fuerza, y es cierto. Es lo que nos proponemos: imprimirle toda la fuerza que necesite. Pero en la búsqueda de ese consenso, contamos de entrada con un factor decisivo: la justeza de la propuesta. Porque ella convoca alrededor de un clamor nacional que es el de lograr soluciones diferentes a la guerra para este país.
Por eso se equivoca Barco y equivoca su política. Ese esfuerzo de institucionalizar en una forma vertical y excluyente al conjunto de la nación ha de terminar quebrándose por todas partes: la nación ya no cabe en un esquema tan estrecho. Como tampoco cabe ningún esquema que ignore la multiplicidad de fuerzas que la integran.
Entonces, luchar por el Pacto Nacional por el gobierno de Paz es imponerlo a la minoría con fuerza de mayorías. Aquí la oligarquía no quiere reconocer que existen otras fuerzas y nos están diciendo todos los días “la solución es desmovilizar la insurgencia popular”, “o se desarman o serán arrasados”… Ellos si se dan cuenta del potencial revolucionario del movimiento democrático y por eso sus esfuerzos por afinar sus instrumentos represivos; fortaleciendo a las FFAA, creando grupos de autodefensa civil y multiplicando la acción de los paramilitares.
Esta es una realidad que se impone sobre el país, y las fuerzas de la democracia tenemos que estar capacitadas para sostener el peso de la agudización del conflicto, para lograr que en un momento dado se sepa que no quedan sino dos alternativas: la de las soluciones pactadas- y eso significa nuevas reglas del juego- o las de la profundización de la guerra.
De aquí la importancia de fortalecer la democracia como concepción, como fuerzas en movimiento, como perspectiva de solución. Creemos e insistimos que solo conjugando la diversidad de fuerzas que existen y tienen personería política y social en Colombia, podremos encontrar la solución más justa a la encrucijada nacional. Y en este sentido, el papel del movimiento armado es darle punta al descontento, a la insubordinación social, y a las propuestas que desde el campo popular están surgiendo como posibilidad histórica de transformación.
Para ello hemos de multiplicar las formas de lucha y fortalecer los instrumentos organizativos de las masas, entrelazando sus reivindicaciones más sentidas y el anhelo del poder para las mayorías. Sin vocación de poder será difícil lograr una dirección única para los esfuerzos democráticos y estos no producirán sobre la nación los resultados que deben tener, en razón de su vitalidad y magnitud.
LAS MILICIAS: INSTRUMENTO DE LUCHA Y DE DEMOCRACIA
En una de las últimas cartas que escribió el comandante Pablo a los compañeros presos en La Picota, pocos días antes de su salida, les decía: “Lo único que podemos ofrecerles, compañeros, es un lugar en la primera fila de combate”. Eso le decía a cuadros del Eme. Y en alguna de sus entrevistas públicas, al ser interrogado sobre que ofrecía el Eme al pueblo, no vacilaba en contestar: “la lucha”.
Esta es la esencia de nuestra historia y el sentido de todas nuestras convocatorias. Esa es la forma de ser en este movimiento que es el M-19 y la razón de nuestras búsquedas organizativas, siempre orientadas a desencadenar el protagonismo de las masas.
Aquí deseamos referirnos a una forma organizativa todavía joven en el escenario nacional: las Milicias; no sólo porque hemos descuidado esta discusión, sino porque hoy las milicias son un instrumento fundamental del desarrollo de la democracia en la forma de gobierno de mayorías.
La idea con que introdujimos este tema no es casual. Porque la construcción de una alternativa democrática por las mayorías supone, ante todo LUCHA con el poder constituido. Construcción de nuevo poder, si, pero en confrontación permanente con el gobierno de la oligarquía.
Con este punto de partida, analicemos algunos criterios importantes respecto al trabajo de las milicias.
Las milicias han de ser un catalizador de la insubordinación social e instrumento de recuperación de los derechos ciudadanos en todos los órdenes de la vida nacional. Es decir, deben copar no solamente el espacio militar, sino fundamentalmente ampliar el espacio de confrontación civil contra la oligarquía. Porque el proyecto de las minorías no es solamente militar; no estamos enfrentando exclusivamente a los testaferros de Samudio. Nosotros estamos confrontando su proyecto de dominación civil, social y política. Estamos pues, luchando en todos los terrenos. Y de la misma forma como el enemigo se dispersa sobre todo el país, las fuerzas de la democracia también tenemos que copar el país y nuestra trinchera tiene que ser nacional.
Es la guerra del pueblo, traducida en términos nacionales a la lucha de una nación por la paz, por recuperar la dignidad que es, en últimas, la recuperación de los derechos fundamentales: porque no puede haber dignidad sin derechos. Entonces, garantizar el ejercicio de esos derechos –alimentación, vivienda, servicios públicos, salud, respeto o seguridad- lo debemos ir asumiendo nosotros, como fuerza organizada del pueblo. Ahí estamos rivalizando con las fuerzas de la oligarquía: ¿Quién ofrece la seguridad en este país? ¿Los grupos paramilitares? ¿La policía en sus puestos de represión instalados en los barrios?
O la asume la comunidad, y la asumen sus milicias. Son ellos, o nosotros: o lo asume el pueblo, o lo asume la oligarquía. Así mismo, ¿Quién es el ejército en esta nación? ¿El ejército que salvaguarda a sangre y fuego los intereses de unos pocos, o el ejército nacido del pueblo en el que los hombres más humildes tienen la posibilidad de llegar a los puestos de mayor responsabilidad en la defensa de las comunidades, de los valores de esta nación?
Esa es la interpelación que requiere el gobierno barquista para que se le bajen los humos, para que entienda que esta nación no está reducida al tamaño de sus interesas; para que entienda que la riqueza de este país, forjada sobre el hambre del pueblo, no es el destino de ese pueblo.
Estas son fibras con las que nosotros podemos enriquecer a la Organización y en las que también podemos encontrar cauces de unidad. Porque las milicias no sólo van a ser conducidas por el M-19, sino por el mismo pueblo. Lo que queremos es convocar a todas las fuerzas activas del país. Pero fundamentalmente al pueblo. Sí. El M-19 actúa sobre el pueblo. El M-19 no actúa exclusivamente sobre sus militantes ni sobre los cuadros más esclarecidos; tampoco sobre los sectores de masas más radicalizados. El M-19 actúa sobre todos los hombres y mujeres de este país, con mayor o menor nivel, con mayor o menor claridad, con mayor o menor desarrollo ideológico.
Nos interesa la nación colombiana como es: con sus matices, con sus maneras de comportarse y con su propia forma de determinar el camino de solución a sus problemas.
El esfuerzo miliciano ha de ser un esfuerzo que prepare a las masas para asumir tareas de poder, de gobierno. Por eso no podemos caer en las comunidades como el Robin Hood que resuelve todo. Se trata de compartir con la gente en todos los niveles y trabajar hombro a hombre en la solución de sus problemas.
Esos desarrollos que propone Afranio tienen que ir conduciendo a resultados prácticos que se puedan tocar, que den piso firme al proyecto de la democracia. Nosotros no podemos ser tan sólo un grupo de agitadores. Somos reformadores sociales que agitan ideas y afectan la mentalidad de los hombres; pero también debemos contribuir a cambiar la vida cotidiana de los hombres. Por eso, donde haya un miliciano del M-19, tiene que haber un mejoramiento mínimo de las condiciones de vida de la comunidad. Si no, ese es un pésimo miliciano.
El Miliciano del M-19 es el que trabaja en beneficio de la comunidad y no del M-19. Y volvemos a enfatizar sobre esto porque a veces nos confundimos, a veces le pedimos a las milicias que sean el M-19. Entonces trastocamos el sentido histórico de las milicias. Si las milicias comienzan a dar un viraje de sus fuerzas centrándose en la comunidad, si dejan de sentirse forzadas a dar la respuesta de propaganda que corresponde al M-19, si deja en manos del ejército las tareas militares especializadas, si asume la promoción comunitaria como centro de todas sus fuerzas, tendremos la absoluta seguridad de que vamos a desarrollar las Milicias Bolivarianas que plantea Afranio.
El gran aporte nuestro es haber emprendido el camino de gestar núcleos de gobierno donde nunca había llegado el gobierno. Ahora vivámoslo con todas sus implicaciones. Si yo estoy en una comunidad indígena paez, tengo que hablar lengua, o por lo menos entender que existe un código de comunicación diferente al mío, que hay una medicina tradicional, que se concibe la realidad en forma distinta a la de los blancos, que sus autoridades emanan deformas organizativas milenarias. Tengo que entender que esa comunidad tiene aspiraciones propias, que no son las de la guerrilla. Y si estoy en una comunidad de Bogotá, tengo que mirar el problema de los servicios y seguramente tenga que empezar a joder a los sectores que se interponen en el logro del bienestar de esa comunidad: como parte de ella, y no desde fuera de ella.
Y en términos de la operatividad, vamos por las tareas más simples, más sencillas, que impliquen una menor complejidad militar, discutiendo y definiendo el objetivo y significación política de la operación. Porque no podemos golpear al pequeño propietario, al tendero o al hombre de clase media que ha resuelto parte de sus necesidades a partir de su propio esfuerzo. Hay que golpear a los enemigos del pueblo, a quienes acaparan sus recursos y se nutren de su sacrificio.
Cada operación de milicias, en función de la recuperación, tiene que ser discutida al interior de la fuerza miliciana y, en la medida del desarrollo de su trabajo, al interior de la comunidad, para que la gente entienda por qué estamos recuperando, por qué estamos recogiendo recursos, para que sean utilizados por la misma comunidad o en tareas que redunden en su beneficio.
Nosotros tenemos que transformar permanentemente con nuestro accionar y socavar permanentemente las bases de un régimen injusto. Esta es nuestra obligación como agentes de la revolución, como agentes del cambio y la democracia. Y para ello no necesitamos partirnos la cabeza. En un país tropical, como Colombia, donde la fertilidad es casi l razón de ser de la naturaleza y de los hombres, tiene que surgir a nivel de hechos, de organizaciones, de proyectos, lo que requiere la gente para lograr su felicidad.
Es entonces, el momento de desplegar la mayor libertad para este trabajo. Es decir, la orden hoy, para todos los cuadros de la organización inscritos en algún esfuerzo miliciano, es extender la red de milicias a nivel nacional, con el compromiso de que las masas empiecen a contar con estructuras nuevas en función de su propio desarrollo. Que desarrollen políticas nuevas, y no solamente en razón de la estrategia, sino de la cotidianidad de las comunidades. Es decir, que los Robin Hood seamos todos.
Seamos nosotros mismos y posibilitemos que sean las comunidades. Porque ellas son el pilar de la democracia.
Ojalá que se desate una gran discusión en torno e esto. Y ojalá se destae también una revolución interna de tal manera que nos imponga a nosotros, los dirigentes de la Organización, caminos más sanos para poder contar con instrumentos de organización popular nacidos del pueblo y en función del pueblo.
LA ORGANIZACIÓN POLITICO MILITAR
Meternos de lleno en ese esfuerzo de trabajar por la democracia desde adentro, desde abajo, supone además el reto de consolidar la organización político-militar capaz de conducir un ejército que sustente los esfuerzos fundamentales a nivel militar y un esfuerzo elevado de conducción que implica multiplicar los mecanismos de comunicación y propaganda.
Las tareas del ejército son inmensas porque el reto en el terreno militar es más elevado que nunca.
Por eso decimos que la organización político-militar tiene que dar todo de sí, y el ejército tiene que hacer un enorme aporte a ese nivel: garantizar que la Organización construya un eje de conducción con incidencia nacional.
Nuestra fuerza de ejército tiene que garantizar que el M-19 – a través de su dirección – pueda dirigirse al país permanentemente. Y tiene que garantizar, para eso, que podamos elevar nuestra voz y ser escuchados. Igualmente, habrá de asumir tareas especiales que exigen la confrontación hoy.
No puede entregársele hoy esa responsabilidad a las comunidades ni a las masas en general. Son tareas especializadas y, por demás, la participación y tareas políticas por los derechos básicos exige del pueblo un gran esfuerzo. Por eso la Organización y su ejército están al servicio de ese objetivo, que es fundamental para el avance de la democracia, y no al revés.
Entonces, tenemos que saber diferenciar las tareas de Milicias, las que son propias de las comunidades, las de los sindicatos, las tareas políticas, y las de esta organización político-militar que es el M-19, con todo y sus proyecciones latinoamericanas a través del Batallón América. Todas ellas son tareas diferentes aunque guarden una relación intima y estrecha.
La organización de las masas, de las comunidades, debe irse desarrollando de lo pequeño a lo grande. Sus tareas no son las del ejército, aunque lo apoyen y sustenten. Por eso, cuando unas Milicias comienzan la educación de los hombres con tareas exclusivamente militares, estamos trastocando su función histórica. Comencemos con las tareas de la comunidad, de mejoramiento de su organización, de sus condiciones de vida, su capacitación, para que puedan intervenir en la política y defenderse de la acción represiva de los organismos militares y paramilitares del estado.
Nuestro ejército tiene otra función. No será nacional por su cobertura física; al menos por ahora. Será nacional por los hechos que propicia. Es decir, será nacional porque se capacita para derrotar nacionalmente el eje vertebral del enemigo. El ejército tiene que garantizar que tengamos zonas liberadas, zonas de retaguardia sólidas, donde podamos ejercer una conducción a nivel nacional. Pero el ejército no puede en ningún momento asumirse como responsable exclusivo de abrir el camino de la revolución. Eso lo enreda en una guerra de aparatos, cosa que hemos vivido y que tenemos que reconocer críticamente.
Necesitamos un conjunto de estructuras que maduren, que sean capaces de traducir el proyecto político a lo concreto, a lo de todos los días. En eso juega un papel la organización político-militar: porque ella tiene que ser punta del proceso, tiene la experiencia y un comportamiento histórico que ha sido válido en el país. Y en eso juegan también un papel fundamental los procesos de convergencia y unidad, que habrán de brindar la capacidad y cuadros suficientes para desbordas al proyecto oligárquico con audacia, con imaginación y con fuerza.
Hoy el movimiento revolucionario colombiano está enriquecido con las experiencias de insubordinación social, de unidad guerrillera, de unidad sindical, de convergencia política, y se prepara a dar nuevos saltos. En esta perspectiva de nación es que tenemos que mirarnos, ajustar los mecanismos orgánicos del M-19 y lanzar su proyecto de trabajo. Quien se quede ahí, simplemente enumerando las dificultades cotidianas, los costos de la revolución y las carencias, no logrará proyectarse conforme a las exigencias de hoy.
Es un momento en el que hay que asumir el destino nacional en sus diferentes niveles, y para ello tenemos a los hombres que necesitamos. Además contamos, como siempre, con una organización de puertas abiertas. Esto es como la barra del vecindario: quien ha pertenecido a ella, aunque de pronto se ausente por ratos, nunca deserta. Eso es el M-19: una barra democrática de este país.
Sobre estos temas tendremos que seguir discutiendo y profundizando. De momento, quedamos en espera de sus respuestas y aportes.
Fraternalmente La Comandancia
Montañas del Cauca, septiembre de 1987