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7 febrero 2014 5 07 /02 /febrero /2014 18:33

cenefa

 Fernando Dorado

Popayán, 7 de febrero de 2014

Una serie de hechos extraordinarios se han desencadenado en nuestro país en los últimos días y semanas. Algunos son alarmantes, otros impactantes, unos más, esperanzadores.

La ofensiva reaccionaria del Procurador Ordoñez contra el gobierno de la Bogotá Humana ha sido neutralizada – por ahora – por efecto de la movilización ciudadana y por diversos fallos de tutela que han amparado los derechos políticos del alcalde Gustavo Petro y sus electores. La débil democracia colombiana reacciona desde la sociedad y la legalidad. Es una esperanza.

Las diferentes encuestas sobre participación electoral anuncian que un 30% de colombianos y colombianas se han decidido por el voto en blanco. Esa disposición ciudadana se puede calificar de impactante. No se había presentado antes y parece sostenerse. 

La mayoría de analistas políticos y a asesores de los diferentes partidos identifican esa actitud como señal de indolencia, escepticismo y apatía (¿ignorancia política?). Sin embargo, diversos elementos señalan que ese comportamiento (voto en blanco) estaría conectado al incremento de la inconformidad de la población con la corrupción política, el desprestigio del Congreso, el desgaste del gobierno actual y la falta de unidad de los partidos democráticos alternativos y de izquierda. En fin, se presenta un cierto agotamiento de la democracia representativa (formal y delegataria). Se empieza a escuchar la consigna de los indignados españoles: ¡No nos representan!

La avalancha de movilizaciones, paros, protestas, cacerolazos y otras expresiones de inconformidad ciudadana y popular en 2013 es su contraparte. La lucha contra la crisis económica del campo, los efectos de los TLC sobre el sector agrario, la entrega de recursos naturales a transnacionales extranjeras, la crisis de la salud, el impacto de mega-proyectos minero-energéticos sobre el medio ambiente, la privatización de la educación y los servicios públicos, la corrupción política y administrativa, la violación de DD.HH. a muchos sectores de la población como a los enfermos, los trabajadores, las mujeres, LGTBI, tercera edad, indígenas, afro-colombianos, etc., indican un cierto nivel de politización de amplios sectores populares.

Esa inconformidad pretende ser canalizada por los partidos de la izquierda legal pero, dichas agrupaciones políticas muestran una serie de limitantes que parecen taras y vicios difíciles de superar. Así, envían un mensaje negativo hacia la población. Primero, la falta de unidad que la ciudadanía interpreta como mezquindad y falta de grandeza. “Qué es lo que pierden con la unidad?” nos preguntamos todos. Segundo, la instrumentalización de la lucha social que genera gran resistencia. El salto mecánico e intempestivo de la dirigencia social al campo de la política partidista – si no es consensuado con las bases – crea muchos interrogantes e inquietudes. “¿Si el escenario legislativo e institucional da muestras de agotamiento, para qué diablos necesitamos tanta gente allí?”, es la pregunta que surge de inmediato.

Un tercer aspecto está relacionado con el conflicto armado. Una gran parte de la población todavía no asimila la posibilidad de la participación política legal de la insurgencia, mucho más cuando la guerrilla de las FARC – en pleno proceso de Paz – realiza acciones criminales como las de Inzá (Cauca) y Pradera (Valle), y además, su relacionamiento con la población en áreas de influencia es cada vez más autoritario e impositivo. Los eternos enemigos de la Paz y de la izquierda aprovechan esas acciones para relacionar con la insurgencia al conjunto de los partidos alternativos y de oposición de izquierda y, como lo estamos viendo, acrecientan sus amenazas por medio de los reciclados grupos paramilitares (Rastrojos, Águilas Negras), no sólo para crear zozobra y angustia en los dirigentes amenazados y sus agrupaciones políticas, sino para generar un ambiente negativo frente al proceso de diálogos de Paz que se desarrolla en La Habana y de paso, atemorizar a los posibles electores.

En ese ambiente aparecen las evidencia de que el ejército intercepta comunicaciones de los negociadores de Paz y de muchos dirigentes de oposición, lo que es una continuación de lo que antes hacia el DAS y una certeza de que los “enemigos de la Paz” encabezados por Uribe, no sólo no están agazapados sino que como en el caso de las acciones del Procurador Ordóñez (viaje a La Haya y destitución de Petro), actúan de frente y sin ningún tapujo contra la posibilidad de un acuerdo político para el fin del conflicto armado.

Para rematar este panorama, el único proyecto político que se empezaba a vislumbrar como el germen o simiente de un “frente amplio”, o sea, la Alianza Verde, muestra grandes fisuras y debilidades que son la consecuencia de los afanes por juntar toda clase de vertientes políticas (neoliberales verdes, moralistas mockusianos, progresistas moderados, petristas radicalizados, upecistas afanados) sin que se construya un serio acuerdo político. La lección es que la aparente generosidad y amplitud no es suficiente, se requiere coherencia y claridad política. Damos “palos de ciego” y queremos que la ciudadanía nos apoye. Es preocupante.

En fin, la izquierda se atomiza cada vez más. El Polo no sólo no respalda a Petro sino que lo ataca y acusa de incapaz y de neoliberal . "Progresistas" envía mensajes negativos dentro de la Alianza Verde. En medio, las amenazas, chuzadas, intentos de desestabilización, corrupción gobiernista (“mermelada”) para asegurar su continuidad, intervención gringa directa y solapada, manipulación de los medios de comunicación, peleas entre ex-presidentes, choque de instituciones judiciales y órganos de control, y demás. ¿Qué tal el desorden y el caos ad-portas de un posible acuerdo de Paz? Es algo alarmante.

La teoría de la complejidad no lineal – que es un desarrollo de la dialéctica materialista – nos enseña que estas situaciones son relativamente normales en la vida. Vivimos una etapa de transición y de cambio. Las formaciones políticas existentes – y las que se construyan siguiendo la tradición – no son respuesta a las necesidades de la sociedad. Se requiere algo cualitativamente diferente. En Colombia la democracia formal, representativa y delegataria se agotó con la Constitución de 1991. La incipiente Democracia Participativa fue aplastada por el establecimiento capitalista y neoliberal, y además, en medio de la violencia insurgente y paramilitar, no pudo surgir desde las entrañas de la sociedad.

Pero ahora, ha empezado a aparecer. El actor que está emergiendo en las ciudades y campos es el ciudadano proletario que está cansado de ser sectorizado, encuadrado y clasificado por el régimen capitalista y su sistema de disciplina social compartimentada. Las organizaciones tradicionales ya no son un buen receptor para ese nuevo actor social. El sindicalismo burocratizado, el campesinismo estrecho, las ONGs, los partidos de izquierda tradicional, hace rato están en crisis y se requieren nuevos paradigmas. El movimiento popular ya mostró – en 2013 – que superó a las direcciones de esas organizaciones sociales y políticas. Todo lo que se expresó en sacrificio, valentía, creatividad, nuevas formas de comunicación, luchas pacíficas y resistencia civil, se hizo a expensas y a pesar de esas organizaciones. Es algo esperanzador.

Nuevas concepciones de la lucha social y política están en construcción. El colectivo se alimenta de individualidades creativas que no admiten disciplinas verticales. La consciencia adquiere nuevas dimensiones más holísticas y totales. El pensar y sentir encuentran nuevas dimensiones en el hacer individual y colectivo. Nuevos niveles de energía potencian la lucha social y nuevas formas de organización son su correlato necesario. Las nuevas generaciones se encuentran con sus utópicos abuelos y de allí surge una nueva potencia.

La preocupación y la alarma deben dar paso a la creatividad para que la esperanza renazca. La Democracia Participativa – algo que tenemos que inventar – aparece como la alternativa no sólo para enfrentar el neoliberalismo sino a todo el sistema capitalista que oprime y destruye la vida humana y a la naturaleza misma. 

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