José Cuesta Novoa
Profesor universitario
"Raúl fue un hombre íntegro. Lo conocí hace tantos años que perdí la cuenta. Estuvimos juntos en el Caquetá donde fundamos lo que se llamó el Frente Sur del M-19 en 1980. Valiente como pocos, fraterno hasta el extremo, firme como una roca, era un ser humano en el que siempre se podía confiar. Hoy le decimos con el corazón HASTA SIEMPRE HERMANO, HASTA SIEMPRE COMPAÑERO, HASTA SIEMPRE COMANDANTE". Estas frases son escritas por Antonio Navarro Wolff, para expresar su dolor, tras conocer la noticia de la muerte de Germán Rojas Niño, más conocido en la lucha guerrillera del M-19, como Raulito. Creo que es una semblanza afortunada, porque describe en forma apretada las virtudes esenciales del guerrero de la magia, lo califican unos, del luchador imprescindible, postulan otros, al mejor estilo brechtiano, aludiendo a la convergencia entre la línea infinita de la vida, persistente en la lucha y el carácter insustituible de aquellos seres que hacen de la dignidad, la divisa insobornable de su existencia.
Por lo pronto prefiero apelar a Kundera, "la lucha de la memoria contra el olvido es la lucha del hombre contra el poder", para ejercitar la reminiscencia colectiva de una sociedad como la nuestra, bastante proclive a la amnesia, porque sólo así, podremos ser justos con la vida y obra de Germán Rojas Niño. Escribo estas palabras que son ante todo un reto subversivo al tiempo y, a su estela de olvidos sucesivos, en el momento clave en que el cuerpo de Raúl es sometido al acto de la cremación, allí en la ciudad de Cali, la pachanguera, la que apreciamos tantas mañanas, desde las montañas del nor-oriente caucano, como una meta más, como una meta posible, propia del delirio bélico que aún nos embriagaba. Del polvo venimos y en polvo nos convertiremos, reza la tradición cristiana, y ante la inminencia de ese salto dialéctico que va a sufrir la corporeidad de Raúl, no nos queda otra opción que desenvainar la espada de la palabra, para que con ella podamos contar la historia, nuestra historia, la historia reciente de la lucha por la democracia, en la que Germán Rojas o Raúl, jugó un rol de primera línea, la historia que otros quieren invisibilizar o peor aún, ningunear en forma premeditada.
El 19 de enero de 2011, escuché en la mañana como de costumbre los radio noticieros, los que presumimos interesantes, ellos me hablaron de los temas habituales, del precio del euro, o del dólar en un país de desplazados y desempleados; luego le dieron el cambio a la nueva capital de América Latina, desde Miami, la corresponsal nos habló del restaurante que está de moda en la capital del sol, medité sobre el carácter cínico del mensaje, no pude abstraerme a tal punto que olvidara la realidad semi-famelica de los públicos receptores de estos contenidos, de repente una llamada al teléfono móvil me libera de tanta información banal, superflua y asfixiante, era Odilia, mujer de un barrio popular, quien con voz entrecortada por el llanto, me dijo en forma lacónica: "Raulito murió anoche en la ciudad de Cali". No aguante más, me fui al computador y decidí escribir en una red social: "Hay muertes que no pueden ser asumidas en forma privada, menos en forma doméstica, porque sus vidas siempre fueron una obra pública al servicio de una nación plural, en paz y con justicia social. Paz en la tumba de RAUL, Germán Rojas Niño, CONSTIYUYENTE DEL 91". Lo hice porque hoy estoy convencido que si no asumimos la tarea de escribir nuestra propia historia, de resistencias, de luchas, de gobernabilidades, los otros, complacidos lo harán por nosotros, el gran problema reside en que a ellos, a los otros, sólo les inspira el ánimo de eclipsarnos.
Raúl, tuvo la fortuna de hacer parte de un momento fantástico en la historia de esta Nación, del grupo de fundadores que imaginaron desde lo insólito y lo sorprendente, caminos de transformación para un país anclado en el tedio, en la modorra que provoca la estabilidad de la exclusión, media sociedad por fuera del frente nacional. Desde esa raíz nacionalista y de izquierda proclamaron a los cuatro vientos que había un ABRIL POR VENIR.
En un comienzo, cuando los años del tropel, exigieron el uso de la lucha armada para promover todo tipo de libertades, en un país dominado por Estados de Sitio, Estatutos de Seguridad, Torturas y Desapariciones Forzadas, en ese instante Raúl fue Comandante ejemplar, liderando tropas, conduciendo combates y cosechando victorias populares.
Después vino su mayor herejía, en medio de una guerra de fuegos cruzados, en donde la primera víctima era la legitimidad de los actores armados, todos sin excepción, pensó que la paz era posible e inventó modelos complejos de pensamiento que le dieran forma a un delicado e incierto proceso de transformación: los caminos de la guerra bien podrían convertirse en caminos de paz y de reconciliación. De seguro ese fue el momento de mayor valentía desplegado por Germán Rojas, Carlos Pizarro, Antonio Navarro, Vera Grabe, Otty Patiño, entre otros, apostarle a la dejación de armas, en un gesto casi que unilateral, pensando en el interés supremo de una Nación hastiada de la guerra fratricida, del enfrentamiento estéril; claro que fue valiente apostarle a la paz, en un país donde es más fácil armar una guerrilla que construir un proyecto político, civilista y democrático.
El país recompensó en forma generosa esa decisión política herética, a pesar del aleve asesinato del Comandante Carlos Pizarro Leon-Gomez, el M-19 continuó empeñado en abrirle espacio a la paz, Navarro recoge las banderas del inmolado Comandante Pizarro, va a las elecciones presidenciales y obtiene 750.000 votos. Todos estos hechos: los acuerdos de paz suscritos entre las guerrillas y el Estado colombiano, los ascensos electorales de la izquierda, las luchas estudiantiles encarnadas en la séptima papeleta, las luchas de todos los movimientos sociales, crearon un singular ambiente propicio para la renovación de la vida política colombiana que desembocó en la trascendental Asamblea Nacional Constituyente del 91, de la cual la Alianza Democrática M-19 obtuvo 19 escaños, de un total de 72, uno de los cuales fue asumido por voluntad popular por Germán Rojas Niño. Si, Raúl fue uno de los protagonistas de la gesta política más importante del siglo XX en Colombia. Por eso en cada escenario democrático que habite los territorios de esta Nación diversa, en las luchas de las mujeres por promover la equidad de género; en los alzamientos juveniles para afirmar sus identidades; en la voces afros que se escuchan como demanda por sus tierras; en las mingas indígenas que caminan la palabra para reivindicar su historia de autonomías; en los desafíos iconoclastas de la población LGBT que demanda reconocimiento a sus derechos; en las luchas de las regiones por mayor descentralización; en las luchas de los ecologistas por el agua y por el aire; por eso ahí, en esos territorios poblados de múltiples voces, habitados por seres formados de firmeza, siempre estarán impregnados del perfume inconfundible de la soberanía, del espíritu indómito de Raúl, el mismo que le sirvió de musa para inspirar variadas rebeliones.
Raúl muere en el vigésimo aniversario de su obra más importante: La Constitución del 91, la misma que los pregoneros del pasado hoy quieren destruir con todo tipo de iniciativas contra-reformadoras por ejemplo, el proyecto de sostenibilidad fiscal, cuyo objetivo es acabar en la práctica con los derechos fundamentales de la gente, reduciendo de paso a un instrumento jurídico eunuco, la vigorosa acción de tutela. Por ello creo que, la mejor forma de honrar la memoria de Raúl, es defender a fondo el espíritu original de la Constitución del 91, la misma que nos ha hecho sentir que el cambio en Colombia es posible.