Por: José Yamel Riaño
¡Ya dejémonos de vainas! Asumamos seriamente la responsabilidad política que nos cabe, si es que de verdad somos dirigentes de algo en el territorio. Las nuevas generaciones nos van a reclamar con razones de fondo y lo mejor es que sepan de nuestra honestidad pero debemos tener claro que no es suficiente. Además de honestos, tenemos que ser eficaces.
A veces da la impresión de habernos vuelto expertos es en buscar y rebuscar culpables por doquier. Por supuesto que son los poderes nacionales y transnacionales los responsables directos y principales de la pobreza extrema y la inequidad social que vivimos, pero nosotros tenemos un poco de responsabilidad en ello. Y si no, cómo explicar que como pueblo seamos más, pero eso no se refleja en calidad de vida?
Sin duda a las generaciones de la primera mitad del siglo xx de la población colombiana, nos ha correspondido sufrir a una clase monopólica del poder que no solamente ha dilapidado, en beneficio propio la riqueza nacional, sino que ha frenado el desarrollo armónico de la economía y no le ha puesto freno a la depredación del medio ambiente. Da dolor de patria decirlo; pero a eso nos hemos acostumbrado.
“Ellos son los que por casi dos siglos de vida republicana han usurpado el poder, Ellos son entonces los únicos responsables” y con eso nos queremos “despachar”, Como si nada. Como si no hubiesen existido opciones distintas, o como si no hubiésemos visto la necesidad de construirla en la lucha. Otra cosa bien distinta es que nos queramos hacer los pendejos o hacer lo de la Avestruz, “enterrar la cabeza para no ver”. ¡Pues nos llegó la hora de hacerle frente a la historia y responderle a la patria, pero sobre todo a nosotros mismos!
Pero, ¿Y por qué esa reflexión, aquí y ahora? Esa es la pregunta y podemos responderla diciendo que “nunca es tarde”, o cualquier otra cosa, pero de eso no se trata. Digamos que si conocemos el pasado podemos vivir el presente construyendo el futuro, en el que participe el grueso de la población en paz y alegría.
Eso ya está inventado, hoy hay sociedades que lo viven y disfrutan y no solo son productos de revoluciones violentas, la mayoría son comunidades que le han dicho basta a la mediocridad y a la mezquindad y conscientes de que un mundo mejor es posible han echado andar y la historia les ha premiado con nuevas luchas y nuevas conquistas en un proceso interminable de construcción democrática.
Así las cosas, si somos rigurosos en el análisis del momento histórico que vivimos y somos consecuentes con ese acumulado de luchas populares que tenemos en nuestro haber, sin duda podemos preguntarnos por qué hemos llegado donde estamos y como enriquecer esas experiencias para ponerlas al servicio del proceso de democratización iniciado, al tiempo que vamos descubriendo la inmensa riqueza que para Colombia significa vivir procesos como el presente con grandes posibilidades de hacer la paz, de poder ejercer una gobernanza progresista como la de la capital de la República, -con todo lo difícil que implica aplicar los cambios- y con un pueblo que ha dado muestras de su insaciable búsqueda de “algo distinto”, algo que no sea repetir los mismos errores ni recorrer los mismos caminos. Algo donde las personas cuenten y sean el centro del escenario, donde el hombre no sea “el enemigo a vencer” sino “el hermano a abrazar”.
Esa debe ser nuestra búsqueda. Como ciudadanos libertarios debemos estimular ese propósito porque en procesos sociales como estos siempre habrá cosas por descubrir que nos permitan conocer y avanzar. Pero además, ese camino nos debe llevar a nuevas formas de relacionarnos, a entender que la paz, la democracia y lo público son valores que junto a la defensa de la naturaleza, deben cohabitar en armonía y eso se logra dialogando, debatiendo los desacuerdos, guardando siempre el debido respeto entre diferentes. Recordemos que además de diferentes no somos poseedores de toda la verdad, solo de una parte que es para aportarla a las otras partes hasta obtener el producto que todos buscamos, donde todos ganemos para proponernos nuevos retos.
Los procesos donde los pueblos ganan son irreversibles y solo se dejan modificar para mejorar. Como los logros que vamos alcanzando son los peldaños que nos permiten crecer y avanzar, debemos, -sin abandonar el objetivo principal- entender que muchos de ellos, -la mayoría- podemos y debemos compartirlos con quienes así lo quieran, inclusive con aquellos con quienes son más las cosas que nos separan que las que nos unen. De esta forma iremos construyendo una Política de Alianzas que acelere el proceso porque nuestro mayor reto es el poder y eso nunca se nos puede olvidar.
En política los propósitos están siempre transversalizados por intereses de todo tipo y generalmente no se duda en ceder algo a cambio de lograr salvaguardarlos. En ese marco es donde nos movemos para acordar las alianzas que se necesitan y por tanto, son esos intereses, y no los principios, -que no son negociables- lo que nos permiten las negociaciones. Si entendemos esto, sabremos que alianza no es lo mismo que unidad, aunque podemos estar hablando de unidad de acción que no es lo mismo. Esto nos permite hacer la siguiente reflexión: Alianzas Sí. ¿Pero hasta cuándo y hasta dónde?
Démosle un vistazo al caso de la confluencia de grupos alternativos que se adelanta en el Valle del Cauca y Cali en particular. Supuestamente en condiciones de igualdad, pero con distintos intereses porque la legislación vigente amenaza a unos y otros de forma diferente: Dos de ellos, tienen personería jurídica vigente, pero deben alcanzar el umbral, mientras los otros sin personería deben inscribir sus candidatos por firmas y luego el número de votos válidos por ellos depositados debe superar el umbral. Hasta ahora lo único claro es que divididos todos peligramos. Si nos unimos en cambio, estaremos listos para enfrentar los nuevos retos donde lo electoral es importante porque nos permite legislar y gobernar, mas la idea es ir más allá de lo meramente electoral
Dicen algunos que la unidad del pueblo pasa por la unidad orgánica. Sin embargo, los indignados del viejo y nuevo mundo nos están señalando caminos nuevos para la nueva política.