¿Qué se discutió en todas esas reuniones?
1) La dignidad del movimiento guerrillero.
2) Una tregua en donde ninguna de las dos fuerzas salga derrotada, una tregua de contendores. Por este segundo punto había pelea. Las FARC habían firmado que reconocían como única fuerza militar válida al ejército colombiano. Nosotros pensamos que somos tan válidos, tan legítimos como expresión de la rebelión armada, como ellos. Nosotros planteábamos entonces que hay un ejército, y unas fuerzas armadas del pueblo.
3) El diálogo nacional.
Había otros puntos de conflicto. Ellos querían, por ejemplo, que condenáramos moralmente el secuestro, como lo hicieron las FARC. A eso respondíamos: «nosotros hemos retenido personas. El secuestro es un delito común, es la amenaza a la vida de alguien por dinero. Cuando hemos retenido a alguien le hemos dicho, ‘usted está lleno de dinero que le pertenece a la Nación, al pueblo trabajador’, por eso es que en el pasado retuvimos a ejecutivos de las multinacionales que extraen del país las riquezas, porque parte de los gastos de la revolución la tienen que pagar las multinacionales».
Reconocemos que retener a una persona es violar su libertad, y eso no nos gusta nada. Pero, ¿acaso hemos vivido en Suiza? En Colombia ha habido una guerra civil, una guerra económica, una guerra social y política, una guerra violenta diaria.
Yo le dije a Bernardo Ramírez: «con usted es muy chévere hablar, nos entendemos y vamos pa’lante, tomamos aguardiente, hablamos de literatura, pero la buena relación aquí no frena los planes ofensivos de la organización.
El presidente había dicho, cuando le preguntaron que por qué seguían nuestras acciones, que «el M-19 acostumbra negociar de noche y combatir de día». Entonces le pregunté a Bernando «qué es lo que quiere el presidente, si quiere combatimos de día y combatimos de noche.
Las discusiones sobre el diálogo nacional fueron duras también. No sabían cuál era su significado real. La primera propuesta del gobierno es que nosotros nombráramos delegados para oír, con el gobierno, las inquietudes del pueblo.
Esos delegados podrían hablar con las comisiones del Congreso.
Para nosotros el diálogo nacional no podía ser eso; era el país el que tenía que hablar y decidir.
El 30 de abril asesinaron a Rodrigo Lara Bonilla. Se decretó el estado de sitio en todo el país - ya regía en el Caquetá, el Cauca, Putumayo y Huila, agregándose a una censura de prensa que era real y concreta aunque no había un decreto que la impusiera. La actitud de Belisario fue valiente frente a esa histeria de derecha que recorrió el país, la Iglesia, los gremios pidiendo violencia, igualando la violencia social con la lucha guerrillera. En últimas, le decían «cúmplale a las FARC que ya firmaron, pero al M-19: plomo».
La noche anterior a su asesinato, Rodrigo Lara conversó conmigo. Nos gustaba la forma de pensar de Lara y ya Báteman se había reunido con él en el 82. Nos identificábamos al pensar que Colombia merece un clima de democracia y que hay que crearlo, construirlo. Con él queríamos impulsar ese proyecto. Le explicamos lo de Madrid, nuestra posición contraria al Código de Procedimiento Penal y a la extradición. Nos contó que se iba del país y estuvimos de acuerdo en que el diálogo debía promover reformas profundas para que en Colombia hubiera un real desarrollo de la paz. El quedó, al día siguiente, de discutir el problema jurídico de los guerrilleros en tregua y la posibilidad de expedir salvoconductos para los que salieran a la vida pública. Murió (asesinado) al anochecer.
Belisario, en su discurso en Neiva (26), hace una distinción clara entre el tipo de violencia que segó la vida de Lara y la rebelión en armas. Pero les cede a los militares en varias cosas, como en la implantación del estado de sitio y en los decretos complementarios que no son para luchar contra el narcotráfico sino para impedir la movilización popular.
Y Bernardo Ramírez se vuelve a perder; pasan 15 días y decimos «se acabó». Les digo a los compañeros del Estado Mayor: «láncese con todo, porque esto se jodió». Antes de la ofensiva me reuní cuatro veces con López (27). De pronto aparece Bernardo y yo le digo «con estado de sitio contra el pueblo, censura de prensa y usted desaparecido. ¿qué quiere que piense?; ¿lo que quiere usted es romper?». Me da explicaciones que no me dejan muy convencido.
Y yo le insistí: «dígale a Belisario que él verá, que por mí todo puede estar listo para que el 20 de julio llegue a la apertura del Congreso con el acuerdo de paz en el bolsillo». Pero eso no fue posible.
Con el avance de las discusiones se vincularon los dirigentes de los partidos Liberal y Conservador, Jaime Castro y Alvaro Leyva Durán.
Castro sabía a qué iba; él le tenía miedo a un plebiscito o a una asamblea nacional constituyente, pero a lo que le tenía pánico era al «desorden», ¿cómo reunir a todo el país en las plazas públicas a que hablara de sus problemas? Eso le producía terror. Como si el ambiente adormecido del Congreso fuera el «orden». Pero estaba dispuesto a que el diálogo nacional funcionara.
Alvaro Leyva era mucho más abierto, aceptaba que en Colombia la democracia es, además de restringida, chiquita; que el pueblo no está representado en ese sistema democrático y que con el diálogo nacional podría lograrlo. Hablaba de devolverle al pueblo la democracia directa.
Pero a ambos les preocupaba lo del cabildo abierto, lo de la gente en las plazas públicas. Cuando los nombraron ministros, pensábamos que Belisario reforzaba el equipo de los hombres partidarios de la paz en el gabinete ministerial. Con Jaime Castro nos equivocamos. Apenas lo nombraron ministro se volvió otra persona, dijo que nunca se había reunido con nosotros a nombre del Partido Liberal sino a título personal. También afirmó que no había concebido el diálogo nacional como nosotros, y que eso era un problema de recinto cerrado.
Mientras pasó todo ese tiempo de las negociaciones se hizo Corinto (28), se hizo Miranda (29) y acciones en muchas ciudades. Al final habíamos quedado en hacer unas reuniones de ambientación, una en el Cauca, otra en Caquetá y una más en Antioquia (30) (ésta con el EPL).
Llega la comisión a San Francisco, Cauca, y se encuentra con el ejército. La clave es que la guerrilla choca con el ejército que va en su búsqueda, y lo derrota; es la guerrilla la que levanta la bandera de la paz. Los delegados del presidente de la República son sometidos a requisa y a la amenaza del ejército y levantan su propia camisa como bandera de paz, no frente a la guerrilla sino frente al ejército. Era una guerrilla combatiendo por la paz, enfrentándose militarmente y derrotándolo.
El ejército informa a El Tiempo (31) que el M-19 lo ha emboscado y así aparece en los titulares del día siguiente. Pero allí está la televisión que lo filma todo, y por eso la mentira del ejército no se pudo sostener. Por la televisión, el país vio que la guerrilla no iba a una marcha de combate era una guerrilla bajando alegre, cantando, con los morrales a la espalda, y de pronto... el combate.
A la noche siguiente vi a Bernardo Ramírez y le dije: «o ustedes amarran a los militares o va a ser muy difícil adelantar el proceso de la paz; nosotros queremos, pero como somos varios bandos, hay que integrarlos a todos». El me contestó que eso era muy difícil y me contó que después de esos hechos había habido una tormentosa reunión de ministros en la que Bernardo Ramírez, como invitado, tuvo que discutir personalmente lo que ya había aprobado; que varios militares no estaban dispuestos a obedecer órdenes ni a despejar la zona de San Francisco cuando se planteó la celebración de la cita.
Cinco días después de San Francisco, caía Toledo Plata (32) asesinado por los enemigos de la paz. Era una secuencia en el intento de bloquear el proceso.
No golpean al M-19, intentan acabar con el país.
Se dijo en ese momento que el M-19 tendría motivos para haber matado a Toledo. ¡Qué mentira y qué suciedad! Toledo no sólo era un oficial superior nuestro, sino un símbolo para nosotros de autoridad moral; era tal vez el comandante más querido y respetado, un hombre que teniéndolo todo, una profesión, un status social, una representación política en el Congreso, con sus años y sus posibilidades, asume la rebelión armada como su destino. El M-19 es no solamente gente en armas, es un movimiento político-militar. Tenemos el arma, el fusil, pero también la crítica, la denuncia, el trabajo político, y en eso era irremplazable Toledo, un hombre sin enemigos, con fervoroso cariño del pueblo de Bucaramanga que pidió vengar su muerte.
Fue Carlos Lleras el que dijo que podíamos haber sido nosotros. Todo el mundo sabe que cuando Carlos Lleras dice algo, hay que creer exactamente lo contrario; cuando él defiende la invasión norteamericana a Granada hay que apoyar a Granada, y así. Carlos Lleras ha llegado a un punto, que cuando escribe, no se sabe si lo ha hecho él o la Brigada de Institutos Militares; cada día se parecen más.
Carlos Lleras fue el único que estuvo de acuerdo con Matamoros, Landazábal y Lema Henao (33), cuando criticaron la reunión de Belisario con nosotros en Madrid y la política internacional del gobierno. Y es Lleras el que se reúne permanentemente con los altos mandos militares en su casa. Todo el movimiento de golpe ha sido hablado, pensado y discutido con Lleras. No es raro entonces que lance esa calumnia.
Pero además, el problema de Lleras con la guerrilla es viejo. Fue él, quien como miembro de la Dirección Liberal, entregó a la guerrilla del Llano (34). Y fue él quien nos propuso después a nosotros entregar las armas; y como le dijimos que no, quedó con ganas de atravesarse en el camino de la paz.
La muerte de Toledo conmocionó al país. Voy temprano a la casa de Bernardo Ramírez y le digo: «vamos a responder con todo, olvídese de sitios, olvídese de firma, olvídese de fechas, olvídese de todo». El me dice: «mire el momento histórico, no el momento sino la historia de este país». Entonces le contesto: «como dice Bolívar, cuando en la guerra todo parece caos, la única brújula es la dignidad y el honor. En Colombia la gente lo acepta todo, menos que uno se agache, olvídese de vainas».
Por eso vino Yumbo (35), que era la respuesta a los asesinos de Toledo, pero que también era parte de nuestra ofensiva.
La noche anterior al asesinato de Toledo, habíamos fijado la fecha del 12 de agosto, es decir tres días después. Pero Bernardo me dijo que los militares no aceptaban los sitios que nosotros proponíamos, que eran Toribío, Corinto y El Hobo. Me dijo que ellos sólo aceptaban fincas, que no aceptan ni siquiera una vereda a donde el ejército haya ido alguna vez, y que eso es sin discusión. Le digo que discutamos otros sitios, pero me dicen que no hay nada que hacer.
Proponían que firmáramos en Lopezadentro, en el Cauca, que es una recuperación de tierras indígenas (antes de que los desalojaran). Yo acepto, porque para nosotros tiene un gran significado firmar frente a la población indígena que ha tenido el valor de pelear por su tierra, por lo que le pertenece, pero le observo «eso le agrega a este conflicto un problema más, por ejemplo, con los azucareros del Valle que están dispuestos a masacrar los indígenas, uno por uno. Si a todo esto se le agrega el factor guerrilla-indígenas, para nosotros es perfecto». Bernardo entonces se la juega y les dice a los militares «o en Corinto y El Hobo (36), o no hay firma».
Con lo de Yumbo, las cosas se ponían peores. Porque Yumbo es todo audacia y capacidad de combate. El ejército niega sus bajas. Nosotros tuvimos cinco muertos. Y los militares toman venganza, en su impotencia, en su incapacidad, sobre la población y empiezan a asesinar gente.
Ese día, Bernardo está emberracado. Yo le pregunto «entonces ¿quieren la paz o no?», y le expongo cuatro posibilidades:
1) Dejar que la guerra se desarrolle, que sigan los combates, y le digo que la columna de Pizarro, arriba de Yumbo, puede combatir sin problemas, no es cierto que esté cercada. Pero que si esto continúa, las columnas de Navarro, lván, Boris y Chalita (37) empiezan a golpear también. Entonces, que se desarrollen los combates y sea la nueva situación político-militar la que nos dé la realidad de estas negociaciones. «Nos vemos en un mes, si quiere», remato.
El me dice «usted me está hablando de guerra». Yo le contesto «yo le estoy hablando de la realidad de este país, y lo que queremos es cambiar la realidad del país, no negarla».
2) Que se desarrollen los combates en Yumbo y el Cauca y que la Comisión de Diálogo vaya al Caquetá y hable con Boris, para mantener un pulmón, para no perder esa ambientación hacia la paz.
3) Una entrevista pública, usted y yo, o la Comisión de Paz en pleno conmigo, para discutir la situación, mientras siguen los combates.
4) Un pacto de honor hacia la suspensión de todas las operaciones. Ese pacto incluye la firma del Acuerdo de Cese del Fuego en Corinto y El Hobo, despejando las vías de acceso y de retirada desde Dapa, Toribio, San Francisco, y las zonas del Huila empezando por Tres esquinas.
Bernardo me dijo: «pero si ustedes están cercados por los militares». Y yo, furioso: «si usted les sigue creyendo a los militares después de lo que ha pasado, después que llevan 10 años diciendo que nos tienen acabados y llevamos 10 años siendo cada vez mejores; si cree en esa vaina, apueste a eso y nos vemos en un mes».
Al día siguiente, el gobierno escoge la cuarta alternativa, asume el compromiso de «ni un tiro más» y de firmar en los sitios propuestos por el M-19
Pero al final comienzan a aparecer los muertos en Yumbo, todos los días. Yo le digo «no son los grupos paramilitares, es la policía», y le digo que para firmar necesitamos que eso se controle primero y pido que vaya la comisión verificadora. Ramírez se emberraca y dice que es lo último que hace. Y me agrega: «ustedes no quieren firmar; hay apuestas en todo el país». Me contó que cuando Felipe González (38) vino de vacaciones, le dieron una comida a la que asistieron Gabo, Matamoros y otras personalidades. El clima era ya de firma y Matamoros le dijo a Bernardo que él apostaba su cabeza a que Pizarro no firmaba: «me corto la cabeza si firma Pizarro». Le dije: «dígale a Matamoros que vamos a cumplir para que él se corte la cabeza. Que con tal de que se la corte, Pizarro firma». «Es que la apuesta es nacional», agregó. Y yo le insistí «consiga plata prestada y apueste todo lo que quiera, que va a ganar. Si cumple lo de Yumbo, nos vemos en Corinto para firmar».
El día de la firma, nos vimos muy temprano. Me dijo «estoy mamado, no voy a Corinto (39). Entonces yo dije «nos va a tocar brindar aquí a los dos, porque yo tampoco voy a ir. No tengo transporte». No tenía cómo viajar y el enemigo sabía que yo debía trasladarme desde Bogotá hasta el Cauca; ya el B-2 (40) me había tratado de montar una celada durante el proceso y no podía correr riesgos.
El, con su suspicacia, me dijo «si usted no va, es porque está planeando algo». Entonces yo le propuse «vámonos juntos y después de la firma nos pegamos una rasca, pero ya no con whisky sino con aguardiente y oyendo a Olimpo Cárdenas». Aceptó, pero quedamos de vernos allá, cada uno debía irse por su lado.
Boris estaba también en Bogotá y debía ir hasta el Huila. Tuvimos que arriesgarnos y tratar de conseguir un helicóptero en el propio aeropuerto. Llegamos allá, de civil, y contratamos un aparatico que tiene poca gasolina por aquellas cosas técnicas de la salida de Bogotá. A mitad de vuelo, el piloto nos dice que hay que parar en Cali a tanquear. Yo no acepto, aunque el hombre insiste, teniendo en cuenta que tiene que hacer dos aterrizajes y dos despegues -Corinto y Hobo-, pero finalmente acepta cuando le ofrezco que sigamos bajo mi responsabilidad hasta donde nos dé la gasolina. Estamos muy compuestos, pantalón de paño y la cara limpia. De pronto empiezan a salir de los maletines peinetas, camisas de sport, bigotes postizos y las metralletas. El piloto no dice nada, pero se le nota el desconcierto. Un espejito y dos nuevas figuras: los pasajeros somos Boris y Alvaro Fayad.
Desde arriba vemos la canchita de fútbol, altica, inmensa, baja el helicóptero en Corinto y me despido efusivamente. El capitán, presuroso, sin apagar motores, alza el vuelo hacia el Huila.
Camino solo, no hay un alma. Mis zapatos de cuero negro golpean firme el prado. Comienzan a salir gentecita, esa gentecita que hace que estemos en esta lucha. Gritan «es Fayad, es Fayad» y me acompañan espontáneamente con vivas al M-19 y a la paz… Llego a la plaza y de ahí, rodeado de muchos fervorosos colombianos, sigo hacia la escuela para encontrarme con los compañeros de Dirección.
Cuando faltaba media hora para la firma... la emboscada a Pizarro (41) en Florida. Era la continuación de San Francisco, Toledo; en los últimos segundos, los golpistas del ejército frenaban el camino de la paz.
El dilema para nosotros era claro: o el país se lanza a una guerra o se hace la paz. Había que responder si era grave, si había muertos. Empezamos a discutir en el Comando Superior si firmábamos o no, y si lo hacíamos, cuándo sería.
Desde el comienzo de la reunión, por unanimidad, se dejó claro que teníamos que firmar, había que ir hacia la paz, firmar un documento mojado con nuestra sangre. Pero había que poner condiciones:
Parar la masacre de Yumbo.
Asegurar el respeto de la dignidad para que no hubiera militarización en los sitios que habían servido de sede para la firma.
Que no persiguieran después a los pobladores.
Que el gobierno se comprometiera a respetar la vida de lo hombres que mandábamos al diálogo nacional.
La discusión con los comisionados se alargó, porque todo debía ir por teléfono a Bogotá, y había oposición en palacio. A las 6 de la tarde hubo acuerdo.
Salimos de la alcaldía, firmamos luego de leer el documento, en la oscuridad. Enrique Santos Calderón (42). Bernardo Ramírez y yo nos dirigimos a la cantinita del pueblo, en el borde de la plaza. En Corinto hay un calor humano que rompe todos los clichés, ese abrazo del pueblo en armas con la nación. Hay en la cantina dos guerrilleros jugando billar, fusil al hombro. Pedimos aguardiente y música vieja. Me impresiona que Bernardo dice «yo llegué hasta aquí, cumplí una misión de amistad con Belisario». Para él al igual que para Enrique Santos Corinto era la culminación de un proceso cuando para nosotros era el comienzo de algo nuevo, de algo mucho más grande y más definitivo en la vida de la nación.
Para nosotros era lo que conduciría a formar una nueva Colombia, nacía una certeza de que algo había cambiado en este país. Comimos sancocho, ellos se fueron y para nosotros seguía una nueva historia, una historia que hasta el momento no se ha logrado asimilar, porque los firmantes del gobierno no creen que es el inicio, sino que conciben el acuerdo como el final. Por eso a Belisario Betancur el impulso le llega hasta Corinto. Ahí se le acaba el aire.
Alvaro Fayad Delgado
Comandante General M-19