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3 julio 2013 3 03 /07 /julio /2013 10:56

Los dilemas de la reelección presidencial

 

Por: Eduardo Nieto.

 

El presidente Juan Manuel Santos le ha anunciado al país su interés en que las políticas fundamentales de su gobierno sean reelegidas para un nuevo período. Sin embargo, y como lo expresó el mismo Presidente, la formalización de esta decisión quedaría sujeta a las disposiciones legales que regulan el calendario electoral. Así y todo, tal pronunciamiento fue asumido por el país político y los medios de comunicación como un evidente deseo del Presidente de la República de buscar su reelección inmediata para el próximo período presidencial.

 

Los términos del anuncio presidencial son de ocasión y parecen responder a una estrategia de la más pura filigrana política. No es gratuito que su presentación ante la opinión pública haya coincidido con otro anuncio igualmente importante: el acuerdo que el Gobierno y las Farc habían logrado sobre el tema agrario en las negociaciones de paz que se adelantan en La Habana. Los dos hechos de mayor peso hoy en la coyuntura política nacional. Presentar el propósito reeleccionista del Presidente como un hecho ligado a los avances y logros del proceso de paz con las guerrillas constituye sin duda una decisión política calculada, concebida deliberadamente para influir y de alguna manera direccionar el acontecer político nacional de cara  a la coyuntura electoral que se avecina. Con todo, la estrategia oficial tendrá que enfrentar dilemas serios que derivan de la naturaleza y alcances de las políticas fundamentales que el Gobierno aspira a reelegir.

 

Es un hecho conocido por las altas esferas del Gobierno que buena parte de las políticas impulsadas y ejecutadas por Santos durante estos dos largos años de su administración son repudiadas por la mayoría del pueblo colombiano, o por lo menos han sido recibidas con reservas por diferentes sectores sociales y políticos. Así lo ponen de presente las encuestas de opinión y lo ratifica el malestar y la inconformidad de amplios sectores de la sociedad con su política económica y social fundamentalmente. Una política económica a favor del gran capital que se ha mantenido fiel a los dictados del mercado y las exigencias de la globalización neoliberal de la economía, incapaz de alterar los patrones de acumulación en favor de verdaderas reformas económicas y sociales que signifiquen una mayor protección del trabajo nacional, la reducción de la pobreza y una mejora sustancial del nivel de vida de los asalariados del país. Incluso, su política exterior es percibida hoy con desconfianza por muchos gobiernos de la región y amplios sectores de la opinión nacional tras congraciarse con el líder de la oposición venezolana y haber anunciado el disparate de ingresar a Colombia a la Otán.

 

En cambio, la decisión de adelantar un proceso de negociaciones con las Farc con el propósito de ponerle fin al conflicto armado interno y firmar un acuerdo de paz con esta organización guerrillera, cuenta con un amplio respaldo y consentimiento entre diversos sectores de opinión pública, la mayoría de los partidos políticos, el clero, los empresarios y los movimientos sociales de diverso orden. Tiene además el apoyo de la mayoría de los gobiernos de la región, de Estados Unidos y de buena parte de Europa. El Presidente sabe que la búsqueda de la paz es el factor determinante de la vida política nacional hoy. Como lo ha sido casi siempre. Sea que se pretenda por la vía de la guerra o de la negociación política, como ahora. El Presidente sabe además que los resultados en este frente ha marcado la suerte de los gobiernos que la han intentado. Por eso, mostrar resultados ciertos y tangibles en el actual proceso con las Farc es cuestión de vida o muerte para sus aspiraciones reeleccionistas y su deseo de pasar a la historia como una figura prominente y un gran reformador. Es la razón por la que apremia permanentemente a los negociadores de la guerrilla a que se apliquen sin dilaciones a la agenda de negociaciones previamente pactada. Es la misma razón por la que además le ha hecho saber a su contraparte en La Habana que el proceso de negociaciones no debe pasar del mes de diciembre de este año, cuando debería firmarse el acuerdo que le ponga fin al conflicto armado.

 

De cara a su propósito reeleccionista, el Presidente busca por todos los medios ajustar los resultados del proceso de negociaciones con las Farc al calendario de las próximas elecciones. Su pretensión es ir a las presidenciales con un buen trofeo en esta materia. Lo logrado en el tema agrario es para el Gobierno un buen punto de partida en esa dirección, y si en el momento de iniciarse la campaña por la presidencia logra un acuerdo con las Farc en el segundo punto de la agenda, es probable entonces que decida oficializar su aspiración reeleccionista para un segundo período.

 

Como están las cosas, Santos aspiraría a gobernar durante un nuevo período sin renunciar a su política económica a favor del gran capital, a pesar de la impopularidad de la misma, al tiempo que estaría dispuesto a sostener la negociación política con las guerrillas sobre la base de concederles algunas reformas económicas, sociales y políticas de alcances limitados y parciales, así tenga que enfrentar la oposición de los sectores más retardatarios de la sociedad y el establecimiento político. Justamente aquí surge el primer dilema de la estrategia reeleccionista del Gobierno: cómo asegurar la reelección del Presidente de la República cuando las políticas fundamentales de su gobierno responden en apariencia a intereses socioeconómicos contrarios y a lógicas políticas diversas. La clave de este dilema parece estar en la capacidad de convocatoria y arrastre de su política de paz con las guerrillas.

 

Convencido del impacto positivo que su política de paz ha tenido en la opinión pública, así como de los réditos que la misma puede producir en imagen y respaldo electoral, el Presidente y su equipo de gobierno hacen esfuerzos en ensamblar y equipar el proceso de paz con las Farc como la locomotora mayor de su gobierno, a la cual aspiran engancharle, como furgón de cola, el resto de las otras cinco locomotoras que constituyen la cara maluca de su gestión. La aspiración reeleccionista del Presidente será ofertada entonces como la única posibilidad de darle continuidad y llevar a feliz término el proceso de paz que se ha iniciado con las guerrillas. De esta manera, pocos advertirán que la reelección de la política de paz de Santos sería reelección de las cinco locomotoras que actualmente  transportan el plan básico de su gobierno y su política económica.

 

Ahora bien, es sabido que el proceso de paz está lleno de contingencias. La mesa de negociaciones apenas acaba de evacuar el primer punto de la agenda, relacionado con el tema agrario, sin que éste haya quedado cerrado del todo, como lo han reconocidos los negociadores de ambas partes. El resto de la agenda contiene temas espinosos y delicados que, dadas las posiciones desde donde negocian las partes, no es dable prever que se puedan concertar acuerdos importantes de manera fácil y rápida como lo quisiera el Gobierno. De manera que no es descartable que en un momento dado el proceso de paz pueda entrar en crisis. De hecho, ya se avizoran nubarrones de crisis en el horizonte. Una coyuntura de esta naturaleza, ad portas de iniciarse la campaña presidencial, no sólo sería aprovechada por los enemigos de la paz negociada para desprestigiar el actual proceso y presionar la ruptura de las negociaciones, sino que además podría dar al traste con la aspiración reeleccionista del Presidente.  Aquí aparece el otro dilema de la estrategia oficial: cómo garantizar la continuidad de las políticas fundamentales del Gobierno sin la reelección posible del Presidente de la República.  

 

La estrategia reeleccionista del Gobierno parece contemplar un eventual escenario de crisis del proceso de negociaciones con la guerrilla y la inviabilidad de la reelección del Presidente Santos. Todo indica que en esa eventualidad, la pieza clave vendría a ser Germán Vargas Lleras, quien oportunamente se retiró del Ministerio de Vivienda en una decisión convenida con el Presidente de la República. De cara a un escenario de este tipo cobran sentido no solo el prolongado silencio del ex Ministro de Vivienda frente al actual proceso de paz, sino también la decisión del Presidente de posponer la oficialización del propósito reeleccionista de las políticas de su gobierno hasta el inicio de la campaña presidencial, esperando la evolución de los acontecimientos. Sin duda alguna, Vargas Lleras sería la opción guerrerista de Santos en una eventual ruptura de las negociaciones con las Farc. Sus credenciales en la materia le confieren los méritos suficientes para serlo y contar al mismo tiempo con el respaldo del empresariado y de buena parte del establecimiento político. Tiene como antecedentes su furibundo ataque al proceso de paz del Caguán y  su compromiso con la política de seguridad democrática del gobierno anterior. El hecho de que se identifique con Santos y lo haya acompañado en la tímida y superficial depuración institucional del régimen político, cortando formalmente las relaciones institucionales del dominio con las estructuras criminales y la ilegalidad, le confiere legitimidad y una considerable ventaja frente a las opciones respaldadas por el ex presidente Alvaro Uribe.

 

Este punto es de particular importancia para la oposición de izquierda, que enfrenta el reto de sustraer la confrontación ideológica y política de la disyuntiva creada por los medios de comunicación y los partidos del establecimiento, para quienes los colombianos están condenados a elegir entre la opción de centro derecha de J. M. Santos, que supuestamente representa la defensa y continuidad del actual proceso de paz con las guerrillas, y la derecha extrema encarnada en Alvaro Uribe, que significaría el regreso de la opción guerrerista. Disyuntiva tramposa y falsa que encubre el hecho cierto de que Santos también es guerrerista. Pues su actual política de negociación no es sino una derivación de la política de seguridad democrática ejecutada por él desde el Ministerio de Defensa durante el gobierno anterior. El cometido inicial de esa política era golpear y debilitar militarmente a las guerrillas para luego obligarlas a negociar bajo las condiciones impuestas por el vencedor, sin que ello implicara el desmonte del dispositivo de guerra. Al tiempo que negocia la paz con las Farc, Santos como Presidente se mantiene fiel a esa política. Lo dice todo el hecho de que su discurso a las Fuerzas  Armadas lo resuma en la consigna: La paz es la victoria!

 

La oposición de izquierda está llamada a analizar y debatir en forma amplia y profunda este tema, para evitar errores políticos catastróficos en el momento de decidir su próxima política electoral. Pues, sería una equivocación enorme que la defensa de la solución negociada del conflicto armado colombiano, y particularmente del proceso de negociaciones con las Farc, conduzca a la izquierda o a sectores de ella a reelegir a Santos. De ahí que sea urgente y necesario debatir fraternalmente el pronunciamiento de la ex senadora Piedad Córdoba, cabeza visible de Marcha Patriótica, quien ve conveniente la prolongación del mandato del Presidente Santos por dos años más para efectos de darle continuidad al proceso de negociación con las Farc. Así como el de Iván Márquez y Pablo Catatumbo, voceros de las Farc en La Habana, quienes han calificado la aspiración reeleccionista del Presidente como algo positivo y garantía de que el proceso continúe y sea defendido. Este debate debe entonces poner a la izquierda en posibilidad de constituir una alternativa propia e independiente del gobierno y los sectores políticos dominantes, no sólo frente a la estrategia de paz con las guerrillas, sino también frente al conjunto de las políticas fundamentales que el gobierno pretende reelegir. La mejor garantía de una paz sólida y democrática para las guerrillas y la mayoría de los ciudadanos colombianos, está en elegir un gobierno de talante social, democrático y socialista.

 

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