Popayán, 10 de octubre de 2013
Por primera vez en Colombia – desde hace varias décadas – el tema de la Paz y la Guerra no es el único que va a definir las próximas elecciones.
No es casual que desde el gobierno de López Michelsen (1974-78) el pueblo colombiano haya protagonizado una movilización nacional de protesta como la que estamos viviendo.
Para Santos y Uribe, para el conjunto de la oligarquía colombiana, así tengan puntos de vista contrarios, ese es el tema que quisieran tratar con exclusividad. Es un buen distractor y un extraordinario somnífero.
Pero las movilizaciones sociales y populares – que se reiniciaron desde septiembre de 2008 (Minga indígena y Paro de los “corteros de caña”) – han puesto sobre el escenario político otros temas que habían permanecido ocultos ante la generalidad de la gente.
Los impactos de los TLCs sobre la economía nacional, especialmente sobre los productores agropecuarios, es uno de ellos.
La aplicación de políticas neoliberales en el campo colombiano – con todas las consecuencias negativas que ha ocasionado para los campesinos pobres y medios – es el otro tema que las protestas populares han impuesto a la opinión pública.
Las exuberantes ganancias que los poderosos grupos plutocráticos “nacionales” y extranjeros – encabezados por el capital financiero – obtienen de la explotación de nuestros recursos y de nuestro trabajo, también han empezado a ser cuestionadas.
Santos ofrece la Paz sin modificar la política económica y social. Al contrario deja ver que necesita la “paz” para profundizar su modelo de despojo, des-territorialización y des-poblamiento del campo colombiano. De enriquecimiento de unos pocos. Es la propuesta de la burguesía transnacionalizada.
Uribe propone la profundización de la guerra para conseguir los mismos objetivos. Coloca en primer lugar los intereses latifundistas. No tiene otra fórmula.
Los insurgentes que están en la mesa de negociaciones de La Habana se ven enfrentados a esa disyuntiva. No desean darle a Santos una paz hecha a la medida de los intereses de las transnacionales. Tampoco quieren mantenerse en la guerra ni darle la oportunidad a Uribe de regresar con su política guerrerista. No la tienen fácil.
Ellos aspiran a que el movimiento popular les dé una mano. El contrasentido es que más de tres décadas de conflicto armado degradado le sirvieron a la oligarquía de mampara para destruir – y aniquilar – importantes sectores del movimiento popular. Éste está renaciendo y necesita que la guerra termine para acumular fuerza y poder.
Un problema es que las mayorías del pueblo colombiano han perdido la fe en la conquista de la Paz. Nos hemos acostumbrado tanto a la violencia – que poco a poco ha trasmutado en una violencia estructural, delincuencial – que la desmovilización de una parte de los actores de la guerra ya no es motivo de mayor preocupación para el grueso de la población.
La causa de la Paz está – hoy en día, en gran medida – desconectada de la lucha por la sobrevivencia. Incluso, en algunas zonas rurales se piensa que la ausencia de la guerrilla puede traer consecuencias negativas para la seguridad de la región. Es paradójico.
La aparición con fuerza del “tema social y económico” en la vida de los colombianos, incluso por encima de la consecución de la Paz, es una oportunidad de oro para la izquierda colombiana. No es casual el pequeño giro que han dado los “verdes”. Es la tendencia que marca el devenir de la política en América Latina y en el mundo.
La revolución democrática por soberanía nacional y popular, por participación política, por reforma agraria y urbana, por inclusión de los marginados – indígenas, afros, regiones –, es la causa que los colombianos estamos asumiendo colectivamente. Era inevitable.
Lo importante es que esa revolución democrática no se quede a medio camino. Que la “burguesía nacional” no la lidere, porque la va a convertir en una pantomima o en un pequeño gesto libertario ante el imperio. Ya empiezan a aceptar una tímida revisión de los TLCs, pero sólo es para impedir el auge revolucionario de la lucha popular.
Lo determinante es que esa revolución democrática no sea tampoco encabezada por la “burguesía burocrática”, que ya juega de “mediadora” y “defensora de los DD.HH.”. Ella a lo sumo aspira a revivir algunos mínimos “programas estatistas” para el campo colombiano pero sin cuestionar a fondo el régimen latifundista que se impuso con su concurso.
Es la preeminencia de la alianza entre los trabajadores y los campesinos pobres en la revolución democrática la que puede darle un genuino triunfo al pueblo, conquistar verdadera independencia nacional, auténtica soberanía popular, y abrir caminos que superen el capitalismo depredador vigente.
Lo que ocurre en los países vecinos ya es parte de las lecciones aprendidas por los pueblos. Si las clases medias – pequeña burguesía – son las que lideran el proceso de cambio, si los trabajadores y los campesinos pobres quedan diluidos en una masa informe que delega en funcionarios la “gestión de la revolución”, las soluciones estructurales que requiere el momento se quedarán a mitad de camino.
Por ello la tarea más urgente del momento es fortalecer – en medio de la lucha – la unidad de los trabajadores y los campesinos pobres. Identificar con claridad sus intereses, ayudarlos a organizarse políticamente (con independencia y autonomía), levantar una plataforma de lucha revolucionaria, rescatar el espíritu internacionalista de sus luchas, combatir las posiciones conciliadoras con las fracciones burguesas e impedir que la “lucha por la Paz” termine al servicio de la conciliación de clases.
La “guerra civil revolucionaria” que el pueblo colombiano ha desarrollado últimamente con garrotes y “cuetones”, ruanas y ponchos, bloqueos de carreteras y marchas multitudinarias, ha mostrado ser superior a la práctica de una “guerra degradada aislada de las masas”.
El llamado por la oligarquía “post-conflicto” deberá ser una etapa superior de la lucha de los trabajadores y campesinos pobres por transformar este régimen de iniquidad, inequidad y mentira hacia un estadio de transformación estructural post-capitalista, que es la única salida que les queda a los pueblos y a los trabajadores.
La revolución democrática sólo será transformada en revolución social con el liderazgo de los trabajadores y de los campesinos pobres. Es hora de agrupar ese liderazgo, no de diluirlo.