Por JOSÉ YAMEL RIAÑO.
OCTUBRE 20 DE 2013
Después que entró en vigencia la Constitución Política de 1991, el hecho político más importante de los últimos cien años en nuestro país es lograr el acuerdo de paz negociada entre las partes porque será el principio del fin al conflicto armado colombiano.
Ese hecho, por su propio peso es del que deberíamos ocuparnos todos los nacionales como la prioridad uno, dado que parece que ahora no solo es posible sino inminente. Razones para semejante optimismo sobran. Por donde se le mire hay argumentos que piden el Acuerdo ¡YA!.
A los colombianos, a los extranjeros residentes, a los países hermanos de América Latina, igual a los asiáticos y africanos a todos, pero especialmente a nosotros los demócratas raizales desde ya nos comprometemos con hacer todo lo que este de nuestra parte hacer, para consolidar la paz.
No podemos seguir jactándonos de vivir en el siglo XXI, en la postmodernidad y ni sabemos cuántas cosas más, cuando apenas sobrevivimos a las masacres de inermes campesinos ejecutados ayer por grupos paramilitares hoy por bandas de criminales denominadas “Bactrin”, que al parecer, solo cambiaron de nombre. No soportemos un desplazamiento forzado más. No es posible permitir que continúe el despojo de tierras a los campesinos, los más pobres, entre los pobres e América. Así nos ha tocado vivir la guerra, como en las peores épocas. Pero aún así, nos atrevemos a llamarnos civilizados y hasta demócratas, aunque parezcamos más una jauría de lobos hambrientos.
No hay, no existe razón válida que justifique continuar una guerra después de más de medio siglo de ignominia interna. Hoy ni siquiera la paz, justifica la guerra como lo expresó en su tiempo Jaime Bateman, cuando sentenció “Lo único que justifica la guerra es la lucha por la paz”. Como personas y como comunidad los colombianos no podemos seguir matándonos entre nosotros ni a nadie. La vida es el principal derecho humano no podemos seguir viviendo en medio de la política de la muerte.
Vergüenza propia nos causan las estadísticas de los resultados de esa infamia que llamamos guerra. Hacen mal las FARC, el Gobierno y las Fuerzas Armadas –herederas ni más ni menos que del Ejército de Bolívar- en pretender ganar algo tan infame como el conflicto que sufrimos todos.
Lo único decentes por hacer es firmar la paz, y ya. Es por nuestra propia vida y la de los hijos. Por la familia y nuestra comunidad. No queremos más guerra Queremos Paz y sabemos que nos va a costar, porque la paz no son las firmas de los acuerdos de la Habana, hasta allí hemos avanzado, que ya es bastante, pero es solo el principio. El resto, que es lo más duro, lo tenemos que construir entre todos. Ese es el costo a pagar y tenemos que estar dispuestos a hacerlo ya.
El logro parece difícil pero no lo es tanto, muchísimo más caro es el conflicto. El postconflicto nos llevara mucho tiempo pero es muy gratificante trabajar para el bien de todos. Claro, por obvio que parezca ese trabajo también tiene enemigos y poderosos, tan poderosos son: que han logrado, con el poder que tienen sobre los medios de comunicación modernos; vendernos la idea de que hay que desconfiar siempre de todo el mundo porque el semejante es quien quiere hacernos daño. Todo porque la guerra para ellos no es un problema, es un negocio. Así nos mantienen separados, y el conflicto cumple el objetivo no solo de dividirnos sino hasta de odiarnos entre nosotros, mientras ellos se presentan como los salvadores, a quienes tenemos que agradecerles.
Pero ¿qué hacer para lograr todo eso?, es la pregunta obligada, para lo que tenemos también una respuesta obligada: “Con mucho amor”. Para aprender a convivir lo primero que necesitamos es ser incluyentes, generalmente eso nos lo enseña la vida, debemos y podemos compartir, aceptarnos como somos y aceptar a las personas como son, siempre y cuando no hagan daño. Tenemos que perdonar. Es posible que no podamos olvidar pero el perdón abre las puertas de oportunidades con nuestros semejantes. Finalmente todos cometemos errores porque somos humanos, lo que no quiere decir que podemos repetir las ofensas, la norepetición es parte del proceso y nuestras comunidades deben hacerla práctica cotidiana si es que de verdad queremos construir una Sociedad de Amor.
Más allá de los contenidos de este escrito, las gentes con quienes compartimos la política a estas alturas nos estamos preguntando, ¿Y, entonces para qué la política? La respuesta coherente con el tema debe ser ¿Cuál Política? Porque aquí estamos hablando de la “Política del Amor”. Esa misma con las que nos amenazó Gustavo Petro en el discurso de posesión y de la cual no se volvió a saber, hasta el punto que la estamos reinventando.
A propósito del ejercicio de la política, hemos estado bastante tiempo allí y de mi parte tengo que confesar que es mucho lo aprendido pero nos falta muchísimos por saber. Cada día la política es más compleja, y a veces amenaza con no hacerse entender. Cada día que se reúne el colectivo de Progresistas hacemos unas discusiones interminables sobre lo electoral, lo social, lo económico, ahora lo ambiental, pero por ejemplo, casi olvidamos el proceso de paz que vivimos y del que ya vimos su importancia. Si de hacer política se trata, como algo que nos gusta porque estamos convencidos que esa es la forma como mejor podemos ayudar a nuestras comunidades, para también ayudarnos nosotros, ahora resulta que esa misma política nos está indicando que lo primero es la paz.